Isabelle Huppert, la gran dama del cine francés
El cine galo tiene tradición de grandes damas. Ella, tal vez por encima de todas. Fría, calculadora, casi hierática en sus gestos cuando interpreta, encarna el perfecto carisma y la elegancia francesa.
«ADORO ESTA PISCINA, me encantaría venir a nadar aquí alguna tarde, pero me pilla bastante lejos de casa. Vivo en pleno centro de París y esto es el Distrito 16…», confesa Isabelle Huppert, fotografando con su iPhone una escena de bañistas despreocupados, niños que salpican, señores con bañadores pequeños tocados por el sol, tenistas que vienen y van de las pistas del vecino Roland Garros, donde el día en que hacemos este reportaje se juegan varios partidos del torneo. «Es como una fotografía de Martin Parr», aprecia la actriz mientras algún nadador observa desde lejos a la que es una de las grandes musas del cine francés. Ha llegado sola, sin representantes, asistentes ni séquito, vistiendo pantalón azul marino y camiseta blanca, bailarinas de Chanel y cazadora de cuero negro de Louis Vuitton, como el bolso señalado con sus iniciales. Delicada y menuda, tal y como la hemos visto siempre en pantalla. Sin atisbo, eso sí, de ese carácter frío y oscuro al que estamos acostumbrados a verla en sus películas, en las que a menudo interpreta a mujeres con oscuras perversiones sexuales, comportamientos obsesivos y motivaciones inescrutables bajo un rostro gélido, con gestos casi carentes de emociones, medidos, calculados. Dice que le gusta indagar en esa locura. Así la vimos en La pianista (Michael Haneke, 2001), en cuyas proyecciones llegó a haber desmayos cuando se rasgaba el clítoris con una cuchilla, en Elle (Paul Verhoeven, 2016), que le valió el Globo de Oro y una nominación al Oscar y en la que ansiaba el reencuentro con el violador que la asaltó en su casa, o Prostituta de día, señorita de noche (Claude Chabrol, 1978), donde hace exactamente de eso que dice el título. «Los papeles así hay que entenderlos en un cierto contexto. No son solo un personaje, son perso- nas que viven en un tiempo y un lugar concreto, lo que añade complejidad. Cuando escojo este tipo de historias lo hago porque, de alguna manera, tienen que ver con la condición femenina, con qué signifca ser mujer en determinadas circunstancias y cómo manejar una ambigüedad complicada en tu propia identidad. Muestran cierta realidad muy interna, ese algo que llevamos dentro pero no siempre podemos confesar. De eso, al fn y al cabo, están hechas las películas. Esto consiste en dejar emerger lo más profundo del ser humano, que es lo que siempre me ha parecido interesante». Su carrera de casi 100 películas la ha hecho merecedora del Prix Diálogo de este año, entregado el 19 de junio en Madrid, junto al cineasta Carlos Saura. «Es un reconocimiento muy prestigioso que celebra los lazos culturales entre Francia y España, y estoy orgullosa de recoger un galardón que el año pasado recibió una gran amiga mía, la escritoraYasmina Reza». El director de cine holandés Paul Verhoeven dice que es la mejor actriz con la que ha trabajado (ojo, y lo ha hecho también con Charlotte Rampling, en lo que parece su veredicto en el careo entre las dos grandes divas del cine francés actual). Hace unos meses, en estas mismas páginas, Jessica Chastain, un peso pesado respetada por los más serios en Hollywood, nos confesaba que ella era la actriz en la que veía un verdadero ejemplo a seguir. No es la única. Nicole Kidman o Natalie Portman también lo han confesado en alguna ocasión. «Creo que en el caso de estas actrices norteamericanas esa admiración no tiene que ver tanto con mis capacidades interpretativas como con las elecciones que he tomado en mi carrera, de las que hablábamos antes. En ese sentido, es cierto que he tenido una trayectoria muy rica. Considero que en el cine estadounidense existen
En Mayo del 68 se establecieron unos barómetros que tuvieron vigencia durante una época y después se empezaron a olvidar, hasta llegar al tremendo individualismo que imperó en los años 80 y 90
El cine debe abordar los temas sociales de una forma metafórica […]. Las películas están para transformar la existencia y darle una forma trascendente, no para ver la realidad. Para eso ya están los periódicos
menos posibilidades que en el francés de acceder a cierto tipo de historias y, por tanto, de papeles». La fórmula para lograr esto parece sencilla escuchada en su boca: diciendo ‘no’ tantas veces como sea necesario. «En realidad, casi nunca digo ‘sí’». Claro que eso no lo hace quien quiere, sino quien puede. «Eso es verdad», reconoce concentrada en el azul del agua. –Habíamos leído sobre su fobia a los ascensores, pero una nunca sabe hasta qué punto estas historias que se publican son reales o no. En este caso, comprobamos que es muy cierto. Isabelle Huppert prefere subir y bajar varios pisos a pie cada vez que debe cambiarse de ropa en la habitación, a tomar uno de esos temidos elevadores–. Esto y el golf que tanto practica parecen sufcientes para mantenerla en forma. Resulta difícil estar en París un soleado día de mayo y no mencionar aquel Mayo del 68 del que ahora se cumple el 50.º aniversario. Especialmente con ella, un icono de la librepensadora estirpe de la cultura francesa. «Tengo muchos recuerdos de aquellos días, cuando yo estaba en la escuela. Fue un tiempo muy estimulante, una explosión de alegría, de creatividad, una especie de ceremonia totémica de vuelta a momentos primitivos de la humanidad y celebración de la libertad. Lo rememoro como algo muy político pero también como muy arcaico y tribal. Poco después todo cambió. No de manera inmediata, pero sí cuando empezaron los años 80. En el 68 se establecieron unos barómetros que tuvieron vigencia durante una época y después se empezaron a olvidar, hasta llegar al tremendo individualismo que imperó en los años 80 y 90. Pero fue un gran momento, no cabe duda.Y creo que ahora están cambiando las cosas otra vez.Vivimos fenómenos que tienen que ver, por ejemplo, con los movimientos migratorios y percibo que la gente es más consciente ante ciertas realidades en el mundo». Ya entonces, según cuenta, era feminista, aunque ni siquiera lo supiera, y empezaba a cultivar esa actitud desprejuiciada que ha guiado su carrera. «¿Cómo podemos estar todavía preguntándonos si una mujer debe cobrar el mismo sueldo que un hombre? ¿De verdad existe una discusión sobre esto? Es demasiado obvio. Tienen que cambiar muchas cosas en todos los ámbitos, no solo en el cine, aunque en lo referente a las mujeres en este sector las reivindicaciones hayan sido más públicas. En mi caso, muchas de las cosas que escucho últimamente no suponen algo nuevo porque siempre he puesto el foco en buscar historias en las que las mujeres estuvieran en el centro por sí mismas, y no a la sombra de un hombre».Vistió de negro la noche de los Globos de Oro uniéndose al movimiento con- tra el acoso que orquestaron sus compañeras del otro lado del charco, un lado de la industria en el que siempre ha tenido un lazo listo para echar, pero en el que nunca ha querido quedarse demasiado tiempo. Menos ahora, cuando los grandes estudios de Hollywood parecen vivir una época de ajuste a una nueva realidad en la que taquillazos y readaptaciones de éxitos pasados parecen ser la tabla de salvación para seguir nadando y guardar la ropa. «En los últimos años ha ido resultando cada vez más difícil rodar cierto tipo de películas o, digámoslo así, conseguir que la gente vaya a ver ese tipo de cine, pero particularmente en Francia veo que estamos bastante abiertos a nuevas historias y nueva gente». Precisamente esto es lo que la alimenta. «No importa que hayas trabajado en casi 100 películas, siempre va a ser la primera vez que lo hagas con un determinado equipo, que conozcas a una persona nueva o digas cosas que nunca hayas dicho antes. Prefero no confar en la experiencia cuando se trata de interpretación, lo que me hace mantenerme fresca y con entusiasmo». Está casada desde 1982 con el director de cine y escritor Ronald Chammah, con quien tiene tres hijos que, como parecía previsible, siguieron sus pasos. Con su hija, la actriz Lolita Chammah (1983), ha compartido escenas en más de una ocasión y junto a su hijo Lorenzo gestiona en París una pequeña sala de cine independiente, Christine 21. Tras décadas de carrera (en 1972 ya estaba haciendo películas) tiene bagaje para eso y más. Es una de las pocas mujeres que ha presidido el jurado del Festival de Cannes (lo hizo en 2009), en lo que no vio precisamente un gran paso en el avance por la igualdad («es solo un pequeño gesto, teniendo en cuenta que Shakespeare escribía papeles de mujeres para hombres y Jesucristo escogió a sus apóstoles sin acordarse de una sola mujer»), dijo entonces. Este año, ha presentado allí dos películas: la surcoreana dirigida por Sang-soo Hong, La cámara de Claire (estreno el 13 de julio), y su cuarto trabajo con Michael Haneke, Happy End (estreno el 20 de julio), un retrato de la reaccionaria burguesía europea con los campamentos de acogida de Calais como telón de fondo.Toda una rareza tanto en el director austriaco como, sobre todo, en ella, más dada en su trabajo a un afrancesado arte y ensayo entre ciertas clases altas que al compromiso social. «Podríamos decir que es una película política, pero el cine debe abordar los temas sociales de una manera metafórica y trascendente. Quien busque otra cosa que vea los informativos y lea la prensa. Se supone que las películas están para transformar la existencia y darle una forma trascendente, no para ver la realidad. Para eso ya están los periódicos». Ha quedado claro.
¿Cómo podemos estar todavía preguntándonos si una mujer debe cobrar el mismo sueldo que un hombre? ¿De verdad existe una discusión sobre esto? Tienen que cambiar muchas cosas, no solo en el cine