Heraldo de Aragón

Cautivo de la imagen

- Juan Carlos Viloria

La marca Pedro Sánchez no vende bien en las encuestas y su imagen no aporta suficiente valor añadido al PSOE. Esa evidencia ya está detectada desde hace tiempo por los equipos del presidente. Tiene casi todo lo necesario para triunfar en la carrera del liderazgo y el carisma: buena presencia, juventud, idiomas, poder. Pero como se dice en el mundillo audiovisua­l, no le quiere la cámara. Más allá de la coincidenc­ia o la crítica con sus políticas, no es un hombre popular. No despierta simpatía en la calle. La preocupaci­ón por mejorar la imagen de Sánchez se ha convertido en obsesión. Y lo que es peor, se ha solapado con la política informativ­a. Así que la política informativ­a, que obliga a la transparen­cia, el respeto exquisito a la libertad de expresión y el trato ecuánime a los medios de comunicaci­ón, se enreda con la atención de la apariencia y percepción de la figura presidenci­al.

Una cosa es cuidar con mimo el color de los trajes, el tono del tinte capilar, su cutis, los textos de sus intervenci­ones. Y otra es utilizar el plasma en lugar de las conferenci­as de prensa, discrimina­r a periodista­s en los viajes presidenci­ales o limitar la informació­n sobre la agenda presidenci­al por supuestas razones de seguridad. Y, en sentido contrario, dar trato de favor de las fuentes del Gobierno y criterios de acreditaci­ón a medios con una línea editorial en consonanci­a con la gestión del Ejecutivo. Porque eso sí que pone en tela de juicio la transparen­cia del Gobierno y su respeto a la libertad de prensa.

Durante los gobiernos de Tony Blair se hizo afamado su jefe de gabinete, Alastair Campbell, un artista en el control de la agenda informativ­a, supervisor al límite de la acción del gobierno y de los medios británicos. No acabó bien. Ahora hay muchos aprendices de Campbell en los despachos del Ejecutivo que se empeñan todas las mañanas en adoctrinar a sus ministros, y al propio presidente, sobre lo que tienen o no que decir ante la prensa o el adjetivo que hay que utilizar para calificar al jefe de la oposición. Por no hablar de Tezanos y sus encuestas de realidad virtual y los vídeos de encargo de Sánchez jugando a la petanca o sirviendo el café a unas invitadas en la Moncloa. Pero Sánchez, cautivo de la imagen, está dando demasiado poder a sus comunicado­res y eso es contraprod­ucente para su propia imagen, que ha perdido el último rastro de frescura.

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