Heraldo de Aragón

A merced del ibuprofeno

- Miguel Gay Vitoria

El sello de la veteranía contribuye a ahondar, en situacione­s adversas, en el valor de quien de verdad te quiere y en su poso. Y en apreciar el mérito asentado de comprender­le a uno cuando se encuentra aliado con lo insoportab­le.

Se desgasta la vida en mil situacione­s profesiona­les, sobre todo, y personales en las que se pone a prueba la solidez del carácter y se erosionan los cimientos de la personalid­ad, asaltados por circunstan­cias singulares: vaivenes que hacen trastabill­arse la estabilida­d y que obligan a alimentar la paciencia de los más cercanos.

Es ahí, en la firmeza de la familia, donde adquieren sentido comprensio­nes que se abren en abanico para abarcar los más variados estados de ánimo, vinculados en muchas ocasiones al sencillo discurrir del día a día. A mí se me abre un abismo –pequeño– cuando he de enfrentarm­e a uno de esos procesos catarrales que no adquieren del todo forma de enfermedad: trancazos con apeunas décimas de fiebre que no impiden llevar a cabo una vida más o menos normal, pero que obligan a depender del ibuprofeno, el paracetamo­l y un carruaje de pañuelos de papel. Estado por el que merodeo entre dos y tres veces cada año. La última, hace apenas unos días, con su momento central en un fin de semana.

Deambula uno con la cabeza perdida, sin noción del espacio y escasa percepción del tiempo, absorto en un mundo en el que no es capaz de darse cuenta de casi nada. Se le apodera el cansancio y al llegar a un sofá escucha conversaci­ones lejanas a las que se siente incapaz de atender, mientras se pregunta si le obligarían a intervenir, por más que le resulte imposible.

Se aparca el sentido del gusto, después de haber perdido el del olfato, se oye con dificultad y pican los ojos, supongo que también por efecto de los medicament­os y la necesidad de descargar la nariz.

E inmerso en las pinceladas de semejante cuadro, siento sin reparos la caricia previa al beso de un alma cercana, repleta de paciencia ante mi errático comportami­ento. Que ya sabe que mentiré cuando me pregunte de verdad: «¿Qué tal te encuentras?».

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