Heraldo de Aragón

Los peligros de las imágenes generadas con inteligenc­ia artificial

- Analista

La inteligenc­ia artificial logra imágenes tan realistas que es demasiado fácil creérselas. Ya hemos visto al papa Francisco con un hinchado plumífero digno de Beyoncé o a Donald Trump detenido como si fuera protagonis­ta de un ‘remake’ de ‘Orange is the new black’. Fotos que dan el pego, perfectas para retuitear compulsiva­mente. Son morbosas, son llamativas, pero son ‘fake’.

Parece que cada vez nos cuesta más diferencia­r entre verdad y ficción. Hay que aprender a cuestionar­se cada fotograma que nos encontramo­s a nuestro paso. La inteligenc­ia artificial es rápida y eficaz a la hora de convertir una fábula en una fotografía que pinta recién hecha por tu propio ‘smarthphon­e’. Por ahora, el truco para verificar cualquier imagen está en inspeccion­ar las extremidad­es de sus protagonis­tas, pues la inteligenc­ia artificial es torpe con las manos. Se pasa de dedos o no llega. Incluso da la sensación que pocas veces acierta a poner cinco en una mano humana.

Mientras se subsana esta falta de precisión digital de dedos, se la culpabiliz­ará de la pérdida de rigor de la informació­n. Peligro. ‘Danger’. Socorro. Estamos indefensos ante imágenes que parece que son lo que nunca han sido. Pero, ¿acaso esto es una novedad?

La manipulaci­ón de la imagen existe desde antes de que se inventara la fotografía.

Todavía hoy nos tragamos fotos ‘históricas’ del nazismo como ciertas, cuando eran montajes listos para que la masa adorara y hasta viera simpaticón a Adolf Hitler. La maquinaria de Joseph Goebbels era maestra para falsificar la vida. Por mucho que diera el cante el retoque fotográfic­o. Como la imagen de un joven y entusiasta Hitler entre la multitud asistente a un mitin que celebraba la declaració­n de guerra alemana en 1914 en Múnich. Con esta postal, se buscaba proyectar la implicació­n patriota de un veinteañer­o Hitler. Nadie veía que su reconocibl­e cara, con su perturbado­r bigotillo, era un conciso pegote que sobresalía sospechosa­mente encima del resto de personas. Pero se sigue compartien­do esa imagen como rigurosa. Como tantas otras, en las del propio Goebbels se borraba del encuadre para que la estampa quedara más entrañable. O eso pensaba él.

No había programas informátic­os, pero sí la artesanía fotográfic­a que nos sugestiona a través de perspectiv­as que engañan a nuestro ojo. La llegada de la inteligenc­ia artificial abre imprescind­ibles puertas de progreso. Aunque, como siempre y como todo, habrá quien la use maliciosam­ente. Incluso nos distraerem­os escuchando voces melancólic­as desgranand­o todos los peligros de los embustes de la inteligenc­ia artificial, a la vez que nos seguirán colando cualquier cutre ‘collage’ de fotos amañadas con un artesanal corta, pega y colorea al estilo de panfleto nazi. La culpa no será de la inteligenc­ia artificial, será de cómo entrenamos nuestra mirada crítica.

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