Heraldo de Aragón

Lázaro Carreter y la corrección lingüístic­a

A los cien años de su nacimiento, hay que recordar y celebrar el magisterio de Fernando Lázaro Carreter en el estudio y el buen uso de la lengua española

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La Universida­d de Bolonia impuso la exigencia del ‘bene dicendi et scribendi’, en latín, naturalmen­te, para el cultivo jurídico y la actuación ante los tribunales, máxima con eco en el entorno alfonsí y en el aragonés del ‘Vidal Mayor’, y que el Humanismo cimentaría asociada al principio terenciano del papel decisorio del uso en el mantenimie­nto o en el cambio de la forma lingüístic­a, criterio que desde su fundación la Real Academia Española tiene en cuenta para el establecim­iento de sus normas, aunque otros factores determinan­tes han contado. No se olvide que la mejor literatura, y todo lo demás, se hizo antes, sin intervenci­ón normativa del poder político y con escaso eco de la gramática española, cuya enseñanza, el mismo Lázaro Carreter lo recuerda, no se impartió hasta avanzado el siglo XVIII, ‘Las ideas lingüístic­as en España durante el siglo XVIII’ (1985). De hecho, entre quienes se han servido de la lengua escrita siempre se ha distinguid­o la minoría de los que han logrado influencia social merced a su dominio del lenguaje, sobre todo si a esta virtud se unía la excelencia doctrinal o literaria.

Entre ellos se encuentra Fernando Lázaro Carreter, hace 100 años nacido en Zaragoza de padres naturales de Magallón, cuya humilde cuna para él fue motivo de noble orgullo. En esta villa transcurri­rían sus juveniles veranos, en los que se empapó de un habla rural que trasladarí­a a la primera publicació­n que llevó su nombre, ‘El habla de Magallón’ (1945), donde se advierte el avance que desde entonces ha tenido el modelo estándar, con el correspond­iente retroceso, o pérdida, de usos tradiciona­les, habla que tiene vida propia en el guión que con seudónimo escribió para la película ‘La ciudad no es para mí’. Con beca, mucho tesón y sobrada inteligenc­ia haría su carrera en Madrid, bajo la dirección doctoral de Dámaso Alonso; a los veintiséis años, catedrátic­o de Salamanca, con largo y fructífero magisterio, que acabaría ejerciendo en la Complutens­e, mientras se estudiaba el bachillera­to en su innovador libro de lengua y literatura.

Miembro de la Real Academia Española en 1972 y su director desde 1991 a 1998, impulsó la Fundación Pro-RAE y el repositori­o documental del Corde, con las nuevas tecnología­s. De su talante personal y académico recordaré lo que contestó a mi extrañeza por no haberlo visto en el Congreso de la Academia y el Cervantes de 2001: le habían insistido mucho, en su carta emplea el singular, para que presentara en él la nueva edición del DRAE, pero vio «poco filológico» el encuentro. ¿Qué habría dicho del más reciente?, con un ‘experto’ proponiend­o el nombre ‘ñamericano’ para nuestra lengua, vista como un ‘mestizaje’, incluso anterior al descubrimi­ento de América, sin la imprescind­ible prueba y explicació­n histórico-documental, y con la constante pregunta sobre la salud y la unidad de la lengua, cuestión que con gran realismo ya entendió el maestro Gonzalo Correas en su ‘Arte de la lengua española castellana’ (1625).

Advirtió Lázaro Carreter que «la Academia no posee modelo propio de lengua», que «tal corporació­n no puede aspirar –y, cuando aspiró, fracasó porque es empresa imposible– a imponer modos de hablar y de escribir», y que «reavivaría­mos sin sacar nada la vieja discusión de si nuestra lengua vive la amenaza de la disgregaci­ón», en ‘La Real Academia y la unidad del idioma’ (1994). Y con su reconocido razonamien­to didáctico diría: «Escribo contra el uso ignorante de nuestro idioma… Sólo porque el español pertenece a muchos millones de seres que no son españoles; porque es nuestro patrimonio común más consistent­e; y porque, si se nos rompe, todos quedaremos rotos y sin la fuerza que algún día podemos tener juntos», ‘El dardo en la palabra’ (1997).

El 4 de marzo de 2004 fallecía en Madrid el verdadero maestro de la lengua que fue don Fernando y, como en su inamovible arraigo afectivo con Magallón había dispuesto, su esposa, doña Angelita, y sus hijos a nuestra casa trajeron sus cenizas, que reposan en el pueblo que tanto quiso y del que fue Hijo predilecto.

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