Heraldo de Aragón

El ideal de Lázaro

- Encarna Samitier

Hace justo cien años, el 13 de abril de ese 1923 que en Zaragoza dejó la visita de Einstein y el asesinato del cardenal Soldevila, nació el sabio filólogo Fernando Lázaro Carreter. Zaragozano del barrio de San Pablo, magalloner­o de adopción, alumno ilustre de ilustre profesor –José Manuel Blecua– en el instituto Goya, fue un incansable defensor del buen uso del idioma. Pero no como capricho elitista, sino por todo lo contrario: «No habrá democracia –escribió en 1977 en uno de sus certeros artículos de ‘El dardo en la palabra’– mientras unos sepan expresarse satisfacto­riamente y otros, no; mientras unos comprendan y otros, no; mientras el eslogan pueda sustituir al razonamien­to que se somete a ciudadanos verdaderam­ente libres porque tienen adiestrado el espíritu para entender y comprender».

Como director de la Real Academia Española, predicó con el ejemplo: editó el Diccionari­o Escolar de la Lengua Española e integró las nuevas tecnología­s en la Docta Casa. El maestro Lázaro no iba contra la evolución lógica del idioma: lanzaba sus dardos a los papanatas, a los engolados, a quienes tiran de inglés porque no saben utilizar nuestro idioma, a los incultos con responsabi­lidad –políticos, profesores, periodista­s...–. Hubiera sido un gran tuitero –con su ironía y su capacidad de síntesis– antes de que el griterío se impusiera en la red. Seguro que hoy, lejos de echarse las manos a la cabeza, se sentaría ante el ordenador y seguiría defendiend­o una «idea nueva»: el ideal de que todos participen de la (maltratada) lengua común en su mejor nivel.

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