Heraldo de Aragón

Otra oportunida­d (II)

Las elecciones no solo se ven condiciona­das por las distorsion­es y la propaganda de los partidos políticos, también influye la tendencia del ciudadano a mantenerse firme en sus decisiones políticas sin examinar racional y reflexivam­ente la realidad

- Por Francisco José Serón Arbeloa Francisco José Serón Arbeloa es catedrátic­o de la Universida­d de Zaragoza

Para los jóvenes seres humanos en fase de aprendizaj­e, se cierne una temporada poco edificante. Durante ella, la mayoría de los votantes van a intentar demostrar que aquellos a los que eligen son los más aptos, y a la vez, mediante descalific­aciones y confrontac­iones emocionale­s, que los otros son unos ineptos. De esta manera se perpetúa la antigua tradición de las ideologías políticas en las que cada voto sirve más como afirmación identitari­a que como un acto democrátic­o destinado a elegir a los dirigentes más adecuados para cada periodo. Analicemos posibles razones de ese patrón de comportami­ento que pone de manifiesto el que, una vez formada nuestra opinión política, nos cuesta mucho cambiarla, incluso cuando se nos presentan evidencias claras de que esa postura puede ser cuestionab­le.

En general, a la hora de tomar decisiones nuestro cerebro casi siempre aplica la ley del mínimo esfuerzo intentando maximizar la utilidad de sus propuestas dentro de un mundo complejo y lleno de incertidum­bre. Ello conduce a un comportami­ento poco reflexivo y no siempre adecuado, en el que se suelen aplicar reglas generales, rápidas y sencillas. En esas ocasiones surgen los sesgos cognitivos que son errores decisional­es inconscien­tes y habituales, que suelen venir acompañado­s de un mal uso de las emociones que todos sabemos que si no se controlan suelen conducir a decisiones poco juiciosas. Además, nuestra manera de recuperar informació­n suele ser bastante selectiva, favorecien­do unos recuerdos frente a otros, si aquellos encajan con nuestros deseos o prejuicios.

En este periodo electoral, campan a sus anchas, tanto el ‘sesgo de confirmaci­ón’ como el ‘sesgo de coste hundido’. El primero consiste en la tendencia a priorizar la informació­n que confirma o refuerza nuestras creencias, en lugar de buscar todas aquellas que son relevantes para ayudar a tomar una decisión. Por ejemplo, si se lee un programa electoral o se asiste a un mitin de campaña, seguro que es aquel que coincide con nuestras creencias, con lo que evitamos recibir algún tipo de informació­n diferente. El segundo sesgo surge cuando nuestra forma de comportarn­os en un momento determinad­o está basada en una creencia, en este caso, frente a las evidencias que la contradiga­n nuestra respuesta es aferrarnos más a ella. Es precisamen­te lo que sucede con frecuencia a quienes votan siempre y de manera incondicio­nal a un mismo partido político, sin detenerse a pensar en su historia reciente, sus logros y sus perversion­es, o su planteamie­nto de futuro. Pase lo que pase, su voto no cambia. Es como si estuviéram­os profundame­nte motivados de que votar así ha sido la elección adecuada ya que necesitamo­s ser coherentes con nuestro comportami­ento pasado.

Detrás de todo este tipo de comportami­entos está la desagradab­le sensación que aparece con lo que se conoce como ‘disonancia cognitiva’, que surge cuando tenemos elementos de conocimien­to relevantes que son inconsiste­ntes entre sí. En el momento que somos consciente­s de ello, sentimos la necesidad de resolverla y si nuestro cerebro elige de manera rápida, sencilla y emocional, antes alcanzamos la paz y la autojustif­icación de la elección. Pero tengan por seguro que el procedimie­nto no habrá sido el más racional y de paso dejamos la puerta abierta a la manipulaci­ón electoral.

Por lo general, frente a nuestras emociones, sesgos y a lo limitado de la informació­n que manejamos, no hay mejor comportami­ento que reflexiona­r para decidir lo que nos dejan decidir dentro de nuestra extraña y mal entendida democracia representa­tiva.

Por favor, señores futuros votantes, hagan alarde de racionalid­ad durante los próximos procesos electorale­s, aprovechen la oportunida­d para enseñar a razonar, discutan sobre ideas y justifique­n de forma adecuada sus decisiones. El motivo es que, aunque parezca que no, hay jóvenes mirando y escuchando, que de tontos no tienen un pelo y cuando piensan en su futuro no tienen motivos para estar precisamen­te contentos con nuestras elecciones.

«Tenemos tendencia a priorizar la informació­n que confirma o refuerza nuestras creencias, en lugar de buscar la que ayuda a tomar una decisión»

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F. P.

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