TV3 y el Rocío
La libertad de expresión es uno de los cimientos de una sociedad democrática. Pero no vale todo, ha de lograrse un equilibrio entre la libertad de expresión y la libertad de pensamiento y religión. Cierto que la libertad de expresión ampara no sólo las ideas que no se acomoden a nuestros principios, sino también las que nos escandalicen, inquieten u ofendan. Los creyentes debemos tolerar la crítica pública y la discusión de las actividades, creencias o enseñanzas de nuestra fe, siempre que dicha crítica no implique insultos o discursos de odio. Por supuesto, la ofensa nos sitúa en un parámetro subjetivo. Un mismo hecho, imagen o palabra provocará diferentes reacciones en diferentes personas. Pero podemos encontrar un elemento objetivo, en un criterio de proporcionalidad; así el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha señalado que la convención europea de derechos humanos ampara la expresión de ideas hostiles a la religión, pero que no quedarían protegidas aquellas ideas o valoraciones que, por la forma en la que se expresan o defienden, constituyan desprecio, injuria o ridiculización o formen un conjunto de expresiones groseras que conviertan el ejercicio de la libertad de expresión en suficientemente ofensivo para los sentimientos de los creyentes. Viene esto a cuento porque hace unos días, coincidiendo con Semana Santa, el espacio ‘Està passant’ de TV3 recreó un ‘gag’ donde aparecía una actriz ataviada como la Virgen del Rocío, con muñeco en sus manos que simulaba ser el niño Jesús, y era entrevistada por los presentadores, profiriendo una serie de sandeces y barbaridades, sin gracia alguna –salvo para los presentadores, que reían a mandíbula batiente–. Quien ejercita la libertad de expresión debe asumir responsabilidades y deberes, absteniéndose de expresiones gratuitamente ofensivas para otros y que, por ello, constituyen un atentado a sus derechos y que, sin embargo, no contribuyen a ningún tipo de debate público capaz de favorecer el progreso en los asuntos del género humano. Creo que el gag supera, con creces, la frontera que separa la crítica legítima del menosprecio vejatorio; y ciertamente, como dijo uno de los presentadores, esa imagen les perseguirá toda la vida.
Diego-León Guallart Ardanuy ZARAGOZA