Heraldo de Aragón

Doña Perfecta

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En alguna ocasión he intentado ser perfecta, pero no lo he conseguido. Alcanzar la perfección requiere trabajo y constancia, y no he sido bendecida con ninguno de esos dones. De hecho, cuando algo me sale perfecto es por puritita casualidad. Por ejemplo, aquella vez que desaparecí en una alcantaril­la: abrí la puerta del coche, saqué la pierna derecha, no vi la alcantaril­la destapada y, con un movimiento limpio (bueno, limpio no, que acabé de mierda hasta el cuello), caí dentro. Un 10 perfecto, a lo Comaneci. Una caída inmejorabl­e, imposible de superar; una humillació­n pública y notoria (me caí delante de mis amigos en una calle atestada de gente) como no he sufrido ninguna otra.

Galdós, que era muy cuco, también contaba que algunas novelas le salían así, medio de coña: ‘Doña Perfecta’ la escribió por encargo y, según él, a empujones, como se le iba ocurriendo. No me lo creo. Galdós perseguía la perfección, igual que lo hacía Teresa Berganza, capaz de taparse la boca con esparadrap­o dos días antes del estreno para no hablar en absoluto y preservar su voz. Pero ninguno de los dos la buscó con tanto ahínco como una de mis amigas que, al ver que las fotos de la comunión de su hijo no habían salido tal y como ella esperaba, decidió repetirlas. Obligó a sus familiares a vestirse con la misma ropa que llevaban el día de autos, le enfundó al chiquillo el traje de marinerito recién traído de la lavandería, los llevó al sitio en el que se había celebrado el convite y volvió a hacer las fotos. Esta vez tampoco quedaron a su gusto, pero se tuvo que conformar porque su familia se negó a retratarse por tercera vez. Mejor asumir que la perfección absoluta no es de este mundo. Es mucho más descansado.

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