Heraldo de Aragón

Meryl la Grande

- Carmen Puyó

Creo que descubrí a Meryl Streep cuando Televisión Española estrenó la miniserie ‘Holocausto’. Fue a finales de los años setenta. En aquella sobresalie­nte y durísima producción, la que acaba de ser premiada con el Princesa de Asturias de las Artes sobresalía entre un reparto que también era de primera clase. Desde entonces, Meryl Streep se ha ido creciendo con cada papel, demostrand­o que es una de esas actrices que no solo es que multipliqu­e por cien el valor de sus personajes, es que ella se convierte en el personaje, haciéndono­s olvidar que está interpreta­ndo y llevando al espectador a vivir con ella sus experienci­as, sus tragedias, sus amores, sus pasiones y desdichas, sus batallas y, evidenteme­nte, sus alegrías.

Pocas veces he sentido el amor en el cine con la intensidad con el que me lo hizo notar Meryl Streep en ‘Memorias de África’ o ‘Los puentes de Madison’. Pocas veces, también, las que he notado la angustia y el dolor más profundo transmitid­o a través de la actriz en ‘La decisión de Sophie’. Pocas, igualmente, los filmes que me han hecho redescubri­r lo bueno que es el cine cuando es bueno de verdad, porque ella estaba allí, dándolo todo en obras como ‘La mujer del teniente francés’, ‘Kramer contra Kramer’, ‘La duda’, la impresiona­nte ‘El cazador’ o ‘Los archivos del Pentágono’, entre tantas y tantas.

Creo que he visto todas las películas que ha hecho y si la he seguido con admiración y respeto, queriendo ver siempre sus trabajos, es porque, además de ser una actriz inmensa, de primera, es una mujer segura, valiente, que nunca ha necesitado de su físico para ser la más grande.

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