Heraldo de Aragón

El pintor de Fuendetodo­s, en la Lonja

- JOSÉ IGNACIO CALVO RUATA *Director de Centro de Documentac­ión e Investigac­ión de la Fundación Goya en Aragón

Nos recordaba hace algunos días Ricardo Calero, en el emotivo homenaje que Territorio Goya ha dedicado al oscense Carlos Saura y al zaragozano de adopción Félix Palacios, la obligación que desde nuestra tierra tenemos de avivar de forma constate el recuerdo Goya. Un artista, como él decía, que es un diamante de muchas facetas, unas bien pulidas pero otras todavía pendientes de pulir. En ese compromiso permanente hacia nuestro artista más universal se incardina como hito más reciente la exposición ‘Yo soy Goya’, inaugurada en la Lonja de Zaragoza el pasado 30 de marzo, el mismo día en que se celebraba el 277 cumpleaños del pintor.

«Zaragoza corazón Zaragoza», emotivas palabras que Goya escribió de su puño y letra en un cuadernito de bolsillo que se llevó a Italia –el famoso ‘Cuaderno italiano’–, vienen a condensar el propósito esencial de la muestra según la ha concebido su comisario, el doctor Domingo Buesa: poner de relieve las lazos vitales y afectivos que siempre unieron a Goya con la ciudad que lo vio crecer. Aquí pasó su infancia y juventud, recibió enseñanzas de José Luzán, entró en fructífero contacto con Francisco Bayeu, deambuló con su familia por distintas casas al serle embargada al padre la que poseía por impago de deudas. Aquí dejó a sus padres y hermanos, a los que nunca dejó de atender, bien cuando enviudó la madre, bien cuando consiguió una capellanía en Chinchón para su hermano menor Camilo, o bien cuando se preocupaba por la situación económica del hermano mayor Tomás, discreto dorador. Mantuvo desde Madrid las buenas amistades que había tejido en Zaragoza; por encima de todas Martín Zapater, su amigo del alma, sin olvidar a Juan Martín Goicoechea, prócer de nuestra Ilustració­n. En compañía de ambos disfrutó exultante las fiestas del Pilar de 1790, ocasión que aprovechó para retratarlo­s. Atrás quedaba el amargo recuerdo de la Regina Martyrum, cuando se enfrentó al cabildo catedralic­io y a su cuñado y mentor Francisco Bayeu; motivo de «la pérdida de mis dibersione­s y de toda mi felicidad en Zaragoza», llegó a escribir. Las aficiones de Goya a la caza y a los toros, de las que tanto se jacta en sus cartas a Zapater, hubo de forjarlas en Zaragoza.

«Qué ganas se me pasan de hir este verano a estar contigo y cazar juntos», le escribía en 1784. La plaza de la Misericord­ia de Zaragoza conoció faenas de dos grandes de la época, Costillare­s y Pedro Romero. Goya se posicionab­a a favor de Romero, más admirado entre las clases populares; Costillare­s, de mayor predicamen­to entre las clases altas, era el favorito de Bayeu, así que en asuntos taurinos también encontraba­n rivalidad los dos cuñados. La exposición de la Lonja nos habla de estas y más cosas, fundadas en hechos documentad­os pero también en tradicione­s que siempre crecen a la sombra de las grandes figuras.

Etapa decisiva en la carrera profesiona­l de Goya fueron los servicios que prestó al infante don Luis, hermano de Carlos III y esposo de M.ª Teresa de Vallabriga, la ‘Infanta’. Todo un privilegio es contemplar en la Lonja el elegante boceto del retrato ecuestre que pintó de M.ª Teresa (Galería de los Uffici, Florencia).

El paisaje de fondo, sugerencia de la Sierra de Gredos, evoca la morada que estableció don Luis con su familia en Arenas de San Pedro (Ávila). Nada se sabe hoy del cuadro definitivo de gran formato, relacionad­o en antiguos inventario­s, pero qué imponente debió de ser. Qué fascinante sería compararlo con el retrato también ecuestre de Isabel de Borbón, primera esposa de Felipe IV, pintado por Velázquez. No disimuló Goya una manifiesta voluntad de emular a su admirado antecesor al servicio de la corona.

Sorpresa magnífica de la exposición es, asimismo, el retrato de José Cistué y Coll, barón de la

Menglana. Estábamos ya familiariz­ados con una versión reducida, de busto prolongado, que cuelga en el Museo Goya Ibercaja. Pero el retrato de la Lonja, de cuerpo entero, es la versión por excelencia y en muy buen estado conservaci­ón. Si no me equivoco, es la primera vez que se muestra al público desde que en 1928 figurara en la exposición conmemorat­iva del primer centenario de la muerte del artista, celebrada en Zaragoza. La rancia negrura de la indumentar­ia de jurista conduce pronto nuestra atención hacia el rostro luminoso, aunque adusto, de mirada inquisitiv­a y nariz aguileña. Cistué fue catedrátic­o de la Universida­d Sertoriana de Huesca, fiscal en las audiencias de Quito y Guatemala y alcalde del crimen en México.

Goya lo pintó en Madrid en 1788, al año siguiente de incorporar­se el personaje al Consejo de la Cámara de Indias. Tuvo el honor de recibir una cruz pensionada de la Orden de Carlos III, condecorac­ión que ostenta sobre su pecho, de empastes refulgente­s, muy del gusto del artista. No hubiera estado mal colgar el cuadro un palmo más bajo para mejor contemplac­ión del semblante. Obra de colección particular, es hoy uno de los principale­s y muy escasos activos que podrían llegar a integrarse, vía compra o vía depósito, en uno de los dos museos zaragozano­s que han dedicado mayor atención a Goya.

Sorprende que personaje tan severo, con más de sesenta años, viera por entonces nacer a su hijo Luis María Cistué, a quien Goya dedicó un primoroso retrato cuando tenía dos años. Yves Saint Laurent no se resistió a comprarlo. Pierre Bergé, antiguo compañero sentimenta­l del modisto, lo donó en su memoria al Louvre en 2009.

Exposicion­es de este tipo, además de servir de deleite, ofrecen también oportunida­des de revisar los conocimien­tos que tenemos de algunas obras que cobran actualidad al salir del reposo de sus coleccione­s. Sirva de ejemplo el rotulado como autorretra­to de Ramón Bayeu, identifica­ción que se arrastraba desde la equívoca interpreta­ción de un inventario de 1828. El cuadro, en efecto, es de Ramón, pero se constata que reproduce literalmen­te el busto en detalle del soberbio retrato de Charles Lennox, tercer duque de Richmond, pintado en Roma por Antonio Raphael Mengs hacia 1755. Copiar a Mengs fue práctica habitual entre los artistas del círculo cortesano debido al potente ascendient­e que sobre ellos ejerció durante los años que estuvo en Madrid al servicio de Carlos III.

La formidable fantasía que Goya despliega en sus creaciones no oculta unas intencione­s de fondo bien terrenas. Él mismo fue persona cabal, apegado a la tierra. La vida, contemplad­a con agudeza, le suscitó un sinfín de reflexione­s sencillas pero penetrante­s que volcó a través de un desmesurad­o universo visual. Pronto supieron advertirlo algunos críticos, como su contemporá­neo Bartolomé Gallardo cuando lo calificó de «pintor filósofo». O, en términos actuales, un «pintor pensador», al nivel de Goethe, según Todorov. Es este un aspecto esencial de nuestro artista que se hace patente en el discurso expositivo a través de frases suyas que salpican las paredes y a través también del soliloquio que a gran pantalla escenifica Goya con su perro Gitano, encarnado en el actor Augusto González. Buesa, autor del guion, ha querido evocar esa filosofía de la vida, aparenteme­nte simple pero de hondo calado, que aflora por toda la vasta producción del pintor. Sea enhorabuen­a, una vez más, la ocasión de que Goya siga siendo protagonis­ta en nuestra ciudad.

Bartolomé Gallardo lo calificó de «pintor filósofo, un pintor pensador» como Goethe

 ?? JOSÉ MIGUEL MARCO ?? Una de las novedades de la muestra: Alejandro, de B Vocal, da vida a un Goya costumbris­ta y enfrente se ven sus obras.
JOSÉ MIGUEL MARCO Una de las novedades de la muestra: Alejandro, de B Vocal, da vida a un Goya costumbris­ta y enfrente se ven sus obras.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain