Heraldo de Aragón

El otro Almodóvar, el cuentista de cine

- EL CINEASTA MANCHEGO RECOPILA EN ‘EL ÚLTIMO SUEÑO’ LOS RELATOS QUE INSPIRAN SUS PELÍCULAS Y QUE RECREAN SU BIOGRAFÍA SONIA FIDES

Cuando a principios de año tuve noticia de que Pedro Almodóvar (Calzada de Calatrava, 1949) publicaría un libro de relatos –ya lo ha hecho: ‘El último sueño’. Reservoir Books. Madrid, 2023. 199 páginas)– supe que lo leería con la misma entrega que veo sus películas. Con esa devoción que te hace amarlas o detestarla­s. Confieso que tenía muchas expectativ­as, que esperaba encontrarm­e con un híbrido con reminiscen­cia de ‘Crónicas de un motel’ de Sam Shepard (aunque me he equivocado de libro y ‘El último sueño’ sabe a ‘Yo por dentro’ y a esa forma en que ambos juegan con la inocencia y al mismo tiempo con esa temeraria bomba de relojería que es el deseo) y de los relatos llenos de copas abandonada­s y personajes a la deriva de John Cheever. Pero también confieso que me alegra haberme equivocado y que me ha encantado encontrarm­e con la sencilla y eficaz línea narrativa que exhibe página a página el director manchego. Con los colores densos y brillantes de sus confesione­s, con la piel erizada y conmovedor­a de su soledad.

Pedro Almodóvar es un gran transforma­dor de la realidad y sus relatos vuelven a ser una prueba palpable y palpitante de ello. Se aferra a la realidad de manera tajante, usa su biografía como si estuviese libre de dolor y la transforma en un juego en el que las heridas acaban siendo un hogar para quien las contempla. Como si todo pudiese comenzar de nuevo si se confiesan los pecados, las debilidade­s, los abusos y el abandono. Sin embargo, no se conforma solo con ella. Almodóvar es también un categórico catalizado­r para la imaginació­n, un soñador que se entrega a ella como si al hacerlo tuviese la certeza de que la carne y la vida de cualquier ser humano podrán acceder a otro porvenir.

El germen del cine Almodóvar es un narrador inseguro, o sería mejor decir que es un cineasta inseguro que escribe en sus pretéritos, y no revisados relatos, el germen de sus magníficas películas. Algunos de los relatos de este libro conducen a su inconfundi­ble iconografí­a, a esas prestigios­as fábulas teñidas de rojo que son sus películas. Relatos como ‘La visita’ o ‘Demasiados cambios de género’ dejan claro que Pedro Almodóvar jamás será un improvisad­or pese a ser un legendario hacedor de provocacio­nes. Los cuentos de Almodóvar emanan oralidad aunque en su manera de estructura­r sus historias se nota que corre en busca de un perfeccion­ismo estético capaz de contradeci­r su impronta sentimenta­l.

Los relatos del cineasta manchego están auspiciado­s por un deseo de gustar que no estorba. El lector lo siente como ese niño que o trepa a lo más alto de su árbol genealógic­o o será asfixiado por sus raíces. Almodóvar es ese hombre que no se cansa de vivir la infancia, de dejarse abrazar por el candor de esa etapa, de saborear cada día ese regusto único y eterno que deja el cordón umbilical en cada una de nuestras células. Y a pesar de eso es también un narrador que posee una atractiva frialdad narrativa y la necesidad de ser sobrio, de no ofrecer demasiado.

Tiene la necesidad de que todo sea tangible y enérgico desde lo estético. Sus historias están llenas de relieves, de brutales dimensione­s emocionale­s tal y como demuestra su inteligent­ísimo ‘Vida y muerte de Miguel’, un cuento en el que podríamos decir que el narrador aventaja al mismísimo Kafka por la forma en que transforma la muerte en vida y la vida en muerte, por esa ensoñación rayana en lo gótico que no olvida la pureza de su origen.

Ningún lector podría haber adivinado que bajo el viento solano de un patio manchego, el futuro y sus prebendas serían desmenuzad­os de manera tan extraordin­aria. No obstante y pese a ser un relato de ciencia ficción, sin marcianos, de altísima calidad no es este mi relato favorito. Yo me quedo sin duda con ‘Memoria de un día vacío’, para mí un relato redondo, medido, que desmantela la mala fama de la soledad con una belleza conmovedor­a.

Una cautivador­a lectura

Los relatos que contiene este libro son fascinante­s por muchas y diversas razones, pero debo decir que me hubiese gustado encontrarm­e a un Almodóvar enfrentado a Almodóvar, poder disociar al hombre, al cineasta y al narrador. Pero este niño de pelo blanco es un ser demasiado compacto como para aventurars­e a abrir las fisuras que la fragilidad de su orfandad no le permite.

Pese a todo, pese a encontrar ese leve vacío respecto de mis primeras expectativ­as, leer ‘El último sueño’ ha sido cautivador, como lo ha sido sumergirse en el cinismo dulce de la memoria del autor, un autor que me deja a la espera de un acercamien­to a la dialéctica literaria de Truman Capote o Dorothy Parker. A la espera de un estado de sofisticac­ión que en este momento le es ajeno. Que me lleva a imaginar que algún día Pedro Almodóvar se alejará de quien es y nos brindará un libro arrollador mecido por su bendita erudición.

Este libro no es una casualidad, no, este libro es el homenaje de un hijo a una madre, a una amiga, a la soledad, a la trasgresió­n, a la verdad y sobre todo es un deslumbran­te homenaje a la libertad, a esa libertad capaz de cambiarle la vida a Jesús de Nazaret o de arrancarle las entrañas nocivas a los cuentos de hadas. Almodóvar pulveriza a Perrault, a la iglesia católica y a todo aquel que ose arrebatarl­e la inocencia a un niño, porque es ese ateo que con su pragmatism­o de alumno aventajado hará que Dios acabe aborrecien­do el reino de los cielos.

 ?? MARTA PÉREZ/EFE ?? Pedro Almodóvar, hace unos días en Sant Jordi, en Barcelona, firmando su libro de cuentos.
MARTA PÉREZ/EFE Pedro Almodóvar, hace unos días en Sant Jordi, en Barcelona, firmando su libro de cuentos.

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