Biden espera rentabilizar en 2024 la calma que su política ha devuelto al país tras la era Trump
● El presidente demócrata sustenta su candidatura en una cruzada de «defensa de la democracia», su papel internacional y el remonte económico
NUEVA YORK. Bajo el lema ‘Hay que terminar el trabajo’, el presidente Joe Biden anunció esta semana su campaña de reelección en 2024 para dirigir Estados Unidos en un segundo mandato. Su argumento: la democracia está todavía «profundamente amenazada» en el país. Con el mandatario oficialmente en la contienda, todo apunta a una reedición del enfrentamiento con Donald Trump que tuvo lugar en 2020.
El anuncio se hizo en un vídeo difundido por televisión que comienza con las impactantes imágenes del asalto al Capitolio por parte de una masa de partidarios de Trump, el 6 de enero de 2021. El relato pasa después a exponer los intentos del extremismo republicano contra las libertades fundamentales del país: recortes en el Seguro Social (la pensión de jubilación); menos impuestos para los muy ricos; la restricción del derecho de las mujeres al aborto; la prohibición de libros y de los derechos gays, así como las limitaciones al voto de las minorías.
El presidente acaba el relato con la siguiente declaración: «Cuando me presenté para presidente hace cuatro años, dije que estábamos en una batalla por el alma del país. Y todavía lo estamos».
Aunque resulte fácil obviarlo, el gran logro de Biden ha sido probablemente el de reestablecer la normalidad en el Gobierno y la vida civil en general. El extremismo antidemocrático aún es un fenómeno rampante en el país –resultado de cuatro años de descenso en el caos y la agitación del anterior inquilino de la Casa Blanca–, pero en la vida diaria se nota un alivio del nivel de ansiedad.
Con todo, los números de popularidad de Biden no son particularmente destacables. El presidente mantiene un índice de desaprobación alto (53,3%), y el nivel de aprobación está nueve puntos por debajo (42,5%) y continúa siendo moderado. Y aunque ha mejorado algo desde finales de julio, el desafecto de los ciudadanos resulta similar al de otros presidentes que no lograron ser reelegidos.
A la Administración le gusta invocar su historial de creación de empleo –doce millones de puestos–, la reducción del paro a niveles históricos, la confirmación de la primera jueza afroamericana a la Corte Suprema, Ketanji Brown Jackson, y el récord de suscripciones al seguro médico federal subsidiado del Obama Care. Aunque menos visibles y a pesar de sus limitaciones, leyes sobre la protección federal del matrimonio gay, de seguridad sodólares bre las armas o de reducción de los precios de los medicamentos para los ancianos han supuesto un considerable avance con un impacto real en la vida de la población.
Condicionado por su frágil mayoría en el Congreso, el Gobierno ha logrado en solo dos años aprobar tres importantes proyectos legislativos de considerables consecuencias: la Ley de Reducción de la Inflación centrada en el impulso de la energía limpia; la Ley de Inversión en Infraestructura y Empleos, con importantes proyectos de renovación de obra pública; y la Ley Chips, que impulsa la fabricación de alta tecnología.
Pero la ley de la que no se habla suficientemente es el Plan de Rescate de 2.000 millones de marzo de 2021. Una legislación de tono rooseveliano, que probablemente sea el momento liberal más ambicioso de Biden, dirigido a sacar al país de la catástrofe económica y de salud causada por la pandemia. No lo bastante publicitada, esta ley marcaba la expansión radical de los programas sociales, como el subsidio de desempleo o los créditos fiscales por hijos, además de canalizar cientos de miles de millones de en subvenciones a los gobiernos estatales y locales para la financiación de proyectos por todo el país.
La inmigración
Por otra parte, Biden ha defraudado en su política de inmigración. Las recientes subastas de aguas federales a la industria de extracción en el golfo de México, así como la aprobación de un proyecto petrolífero en Alaska, han desilusionado al electorado joven y le desacreditan como el presidente «del cambio climático» que pretende ser.
En política exterior, el líder demócrata y su equipo han aportado una renovada seriedad en el campo internacional, del que EE. UU. estuvo ausente en la era Trump. Biden ha dirigido una de las fases de cambio en el reordenamiento mundial más intensa de las últimas décadas. A pesar de errores como la desastrosa salida de Afganistán en 2021 o la falta de acuerdos de expansión comercial, su Administración ha ampliado nuevas alianzas –la militar Aukus, con Australia y el Reino Unido– y consolidado las viejas, además de reincorporar al país a los esfuerzos globales sobre política climática y otros temas de cooperación.
Gran parte de este esfuerzo ha estado dirigido hacia Ucrania. Biden se ha concentrado en lograr que Washington lidere el frente para frenar a Rusia, así como a consolidar un bloque de alianzas para contener el creciente dominio comercial de China y su agresividad militar en el Indo-Pacífico. Pero todo tiene sus riesgos. La relación entre Estados Unidos y Rusia es, por lo demás, inestable e impredecible.
La avanzada edad de Biden, que a sus 80 años es ya el presidente de más viejo en la historia del país, produce cierta incertidumbre dentro y fuera del partido. Si es reelegido tendrá 86 años al final de su segundo mandato, casi nueve años más que Ronald Reagan cuando dejó la Casa Blanca en 1989.
No obstante, y pese a la tradición de no desafiar a compañeros de partido ya en el cargo, dos demócratas han anunciado su apuesta a la presidencia: Robert F. Kennedy Jr., hijo del icónico senador asesinado, y estos días imbuido en el mundo de la conspiración de los antivacunas; y Marianne Williamson, la autora de libros de autoayuda cuya campaña de 2020 fracasó antes de que se emitieran los primeros votos. Ninguno sobrevivirá a los primeros meses de campaña.