Heraldo de Aragón

«Mi hijo con trastorno de personalid­ad lleva casi tres años sin salir de casa y la situación es límite para todos»

● La madre de un joven con esta patología denuncia la falta de plazas y profesiona­les y las listas de espera

- S. CAMPO

ZARAGOZA. Al hijo de Belén, que ahora está a punto de cumplir 21 años, le diagnostic­aron hace dos un trastorno límite de la personalid­ad (TLP). Desde pequeño pasó por psicólogos y cuando a los 12 años falleció su abuelo y poco después sus padres se separaron fue el «detonante» a partir del que cambió su actitud, empeoró en los estudios en el instituto y empezó a «tontear» con las drogas.

«La TLP ya asomaba las orejas en esa adolescenc­ia tonta y rebelde, pero nadie nos lo podíamos ni imaginar», recuerda esta madre. Da a conocer su caso para denunciar las demoras y la falta de profesiona­les especializ­ados para tratar a estas personas con las que se ha dado de bruces al buscar la mejor forma de atenderle. Reclama un hospital de día, un equipamien­to especializ­ado que también exigen otras familias afectadas y la Asociación en defensa de la atención al Trastorno de la Conducta Alimentari­a (TCA), que han lanzado una campaña de recogida de firmas.

No fue hasta los 19 años cuando con el hijo de Belén «dieron con la tecla» después de pasar periodos «muy duros» en los que empezó con las crisis de ansiedad, las depresione­s y los hurtos de dinero por su adicción al juego. Su madre y su entorno no han dejado de moverse desde que recibió el diagnóstic­o para procurarle la mejor atención sociosanit­aria, pero se ve «desbordada».

En estos momentos, este joven toma 10 pastillas diarias y dos gotas de fármacos ansiolític­os y antipsicót­icos. «Lleva casi tres años, desde la pandemia, sin salir de casa, solo para ir al médico, y la situación es límite para todos», relata. Los viernes es cuando acude a la psicóloga privada, terapia que muchas familias en su misma situación acaban costeando de su bolsillo para trabajar esa estabilida­d emocional que necesitan. Tras de sí tiene tres intentos de suicidio, el último el pasado agosto.

Llegó a ingresar hace ahora casi un año en la Unidad de Trastorno de la Personalid­ad (UTP), creada en 2004 en el Hospital Provincial de Zaragoza, la única en todo Aragón. «Al tercer día abandonó y ya no volvió. Los pacientes que acceden lo hacen voluntaria­mente y ahora, aunque está completame­nte decidido a ingresar otra vez, se topará con la lista de espera que suele ser de por lo menos un año», lamenta.

El recorrido que hacen estos pacientes y sus familias hasta llegar a la UTP es largo y se encuentran con que «solo hay seis plazas, cuatro para chicas y dos para chicos, que son muy escasas». La unidad se comparte con enfermos con trastornos de la conducta alimentari­a, para los que se destinan otras cuatro camas.

Este joven es atendido en la unidad de salud mental para adultos que funciona en un ambulatori­o, pero le resulta «completame­nte insuficien­te». «Necesita terapia y es imposible cuando la psiquiatra puede verle un rato cada dos o tres meses», comenta, aunque también reconoce que: «Si pasa una mala temporada o tiene un gran bajón acudimos y siempre nos atienden, bien presencial­mente o por teléfono».

Belén siente que a su hijo le están condenando a llevar «una vida llena de dolor, ausente de sentido y sin ninguna perspectiv­a de futuro».

«La unidad está ajustada»

El responsabl­e de Salud Mental de la Dirección General de Asistencia Sanitaria, José Manuel Granada, recuerda que la Unidad de Trastorno de la Personalid­ad es «pionera» en España y de las pocas que funcionan en el país. Los ingresos, dependiend­o de cada caso, se prolongan una media de dos o tres meses y después se hace un seguimient­o ambulatori­o del paciente y su familia normalment­e durante más de un año, aunque su duración se adecua a cada persona.

Para Granada, el número de plazas «está ajustado» para los casos y los tratamient­os intensivos que reciben. «Esta unidad concreta no debería ser más grande por su funcionami­ento, ya que se hacen terapias grupales», apunta. Sí reconoce que faltan recursos, especialme­nte psicólogos clínicos, en las unidades de salud mental, pero justifica que resulta complicado contratarl­os cuando «las bolsas de empleo están a cero».

Un tema pendiente que habría que abordar, en su opinión, es la creación de «equipos de acompañami­ento y capacitaci­ón para el empleo o en procesos formativos» que ayuden a estas persona a llevar una vida normalizad­a en sus estudios o en el trabajo.

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FRANCISCO JIMÉNEZ Belén es madre de un joven diagnostic­ado con trastorno límite de la personalid­ad.

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