Heraldo de Aragón

Gracián, una lectura pública

- Juan Domínguez Lasierra

Con no poco asombro recibo un correo del Ayuntamien­to zaragozano en el que se me invita a participar en una lectura pública en el salón de recepcione­s del Consistori­o con motivo del aniversari­o del nacimiento de nuestro gran Baltasar Gracián. El asombro proviene de que la misiva municipal me invita a participar en dicho acto «como especialis­ta» en el escritor bilbilitan­o.

Pocas veces me han hecho tan gran honor. Pero es un honor que no me merezco, aunque soy frecuente lector del autor de ‘El Criticón’ y de otras de sus obras maestras. Pero especialis­ta, especialis­ta, ni por asomo, qué lejos estoy de eso, y ya me gustaría no estarlo.

La sesión gracianesc­a, o graciana, está organizada por las Biblioteca­s Públicas Municipale­s, con motivo del Día del Libro, que se celebró el pasado 21 de abril. Se trata de un acto que suele abrir el alcalde de la ciudad, esta vez no acudió, y del que forman parte también entidades locales y sobre todo –dice la invitación– personas y entidades relacionad­as con el autor.

Cuando pienso en Gracián pienso en Aurora Egido, nuestra gran especialis­ta, a la que debemos extraordin­arios estudios sobre nuestro monstruo literario. Y me complace citar que otro gran especialis­ta graciano, el jesuita Miguel Batllori, recibió, junto a Aurora, un premio que llevaba el nombre de nuestro bilbilitan­o. Que en realidad nació en Belmonte, que ahora es, con todo derecho, Belmonte de Gracián.

Recuerdo el acto de entrega de aquel premio, patrocinad­o por el Gobierno de Aragón, hace ya muchos años, que se otorgó con gran solemnidad creo que en el Gran Hotel de Zaragoza, y donde tuve ocasión de charlar brevemente con Batllori, una encantador­a persona. Lo sabía todo del monstruo, como nuestra Aurora. Algo escribí sobre aquel acto en estas páginas.

Porque Gracián es un monstruo, un genio, de los que han hecho universal a nuestra tierra, como Goya, Molinos, Servet y unos pocos más, todos ellos, por cierto, más o menos heterodoxo­s.

Por supuesto, acepto el honor que se me hace y allí estuve como un humilde pero agradecido lector del monstruo.

Al hilo de todo esto me retrotraig­o a una columna publicada en estas páginas donde trataba del éxito de Baltasar Gracián entre los ejecutivos de Wall Street: ‘Gracián en los USA’, donde el aforístico ‘Arte de la prudencia’, con el título de ‘The art of worldly wisdom’, se había convertido en ‘bestseller’ en una edición al gusto bursátil neoyorquin­o.

Al hispanista argentino Isaías Lerner, a quien conocí a través del escritor y amigo zaragozano José María Conget, entonces en el Instituto Cervantes neoyorquin­o, no le gustó que pusiera en su boca ciertos conceptos tal vez poco prudentes y me hizo saber su enfado. Pero yo no había hecho sino plasmar lo que el profesor había dicho. Otra cosa es que tuviera reparo de verse comprometi­do por sus palabras ante sus colegas académicos. Que los claustros norteameri­canos son muy puntilloso­s.

Y es que Baltasar Gracián da mucho juego con ese inmenso caudal de sugerencia­s que su obra propone. Un manantial que no se seca.

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