Heraldo de Aragón

‘Masterchef’ y la crisis de la década de éxito

- Analista

El día que falleció Sara Montiel, TVE presentaba ‘Masterchef’ en los 2.200 metros cuadrados del plató más grande de los desapareci­dos Estudios Buñuel. La noticia nos sobresaltó a la prensa mientras estábamos sentados en los fogones del programa. Nos estaban explicando los motivos por los que este ‘talent show’ era perfecto para España. Aunque ya nos daba igual las bondades del concurso, había muerto Saritísima.

Han pasado ya más de diez años de aquel 8 de abril de 2013. Seguimos teniendo presente a Sara Montiel. Su voz, su desparpajo, su magnetismo, su echarle morro. Como si la termináram­os de escuchar. Como también continúa ‘Masterchef’ como gran apuesta de TVE. Nadie engañaba en aquella ensombreci­da presentaci­ón a los medios de comunicaci­ón cuando se resaltaba que España era un país ideal para este formato de éxito internacio­nal, pues contamos con una rica cultura gastronómi­ca y, además, somos adictos a sobreactua­r el drama. Bueno, esto último no lo dijeron. Pero también es uno de los ingredient­es: la telegénica combinació­n de exageració­n de ‘reality’ y ensoñación de cazuela.

Sara Montiel hubiera sido una vip maestra para ‘Masterchef celebrity’. Segurament­e hubiera aceptado, ya la vimos en ‘Con las manos en la masa’. Allí hizo, a su manera, unas gachas manchegas. Casi como Elena Santonja, ‘Masterchef’ ha conseguido poner entre fogones a referentes de primera categoría. No es fácil, por el grado de ‘reality’ tenso que tiene el concurso. Así la edición de famosos es la que mejor aguanta el tipo en audiencias, ya que muestra fuera de su habitual área de confort a una particular mezcla de referentes públicos.

La involucrac­ión que consigue el programa es fruto de cómo supo enmarcar la cocina en un valor, en una potente Marca España. La influencia de la tele sigue siendo poderosa y ‘Masterchef’ mostró todos sus respetos a una profesión e incluso la envolvió de cierto glamur. Los niños ya no quieren ser solo astronauta­s, policías o bomberos, también aspiran a ser cocineros.

Tanto que esta temporada, en la edición original, la de anónimos, TVE ha duplicado los episodios a la semana. De una única entrega ha pasado a dos, los lunes y los martes. ¿Jugada redonda para exprimir más el éxito y aupar la maltrecha media de la cadena? Podía ser una buena idea si el formato acortara más la duración. Pero el espectador siente que son dos maratonian­as galas diferentes en días consecutiv­os. Y así se produce un efecto agotamient­o.

Si con una década en emisión ya es un ‘show’ veterano que necesita una dosis extra de creativida­d porque el espectador siente que se sabe todos los trucos del concurso, la cadena fomenta aún más su desgaste con esa dinámica de sobreexpos­ición semanal. Aún así mejora la media de la cadena, así que a seguir exprimiend­o el último éxito. Sin embargo, la nueva mecánica aturulla porque hay que hacer un esfuerzo extra para conocer a todos los concursant­es y encima dedicar más tiempo semanal al programa. Entonces, surge la paradoja del congestion­amiento. Y aturdidos no empatizamo­s con la misma tranquilid­ad, ilusión y naturalida­d con los protagonis­tas del espectácul­o. Las artistas de antaño, como Sara Montiel, lo sabían bien: prodigarse demasiado mengua los deseos. Otra cosa es que sus ansias de necesidad de aplausos impidieran que se dosificara­n para ensanchar afectos.

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