«‘Blow-Up’ de Antonioni marcó mi pasión por la fotografía»
Estuvo en el entierro del músico Iñaqui Fernández. ¿Fueron amigos de niños en Monzón?
No. Yo era algo mayor que él y solo viví allí hasta los nueve años. Hasta los trece residí en Lérida. A Iñaqui lo conocí ya en Zaragoza. Fui a verlo en uno de esos conciertos extraordinarios de versiones de Los Beatles y me encantó.
Usted fue atleta. ¿Pertenece a la tradición deportiva del pueblo?
No. Era muy joven. Haría luego carreras de velocidad, de 80 y 100 metros, e incluso creo que gané un campeonato provincial en el que no compitieron los mejores.
¿Cómo llegó a la fotografía?
Primero a través de un tío mío, que había nacido en Chihuahua (México), que era sastre y al que le gustaba mucho la fotografía. Mi padre luego me regaló una cámara. Y, como entonces no se podía estudiar fotografía si no era por correspondencia, hice un curso de AFHA que incluía una ampliadora. Me hice asiduo de la revista ‘Arte fotográfico’. Mi primera obsesión fue hacer fotos dinámicas del atletismo.
O sea que ahí nació su pasión.
En 1966 se estrenó la película ‘Blow-Up’ de Michelangelo Antonioni, basada en el cuento de Julio Cortázar. Marcó mi pasión. Aquella película, donde se descubría que en un lateral de la foto había un muerto, me enseñó a mirar de otro modo. Años después, hablando con el gran fotógrafo Joan Fontcuberta, me dijo que le había pasado lo mismo. ¿Cómo se hizo galerista? Participé en la fundación del Scorpio 77 de atletismo y a la vez me incorporé a la Real Sociedad Fotográfica de Zaragoza, donde llegué a ser vicepresidente; se hacía una foto más académica, de concursos. De repente vi que en Cadaqués iban a dar unos talleres de fotografía. No conocía ese pueblo tan vinculado a Dalí y creí que podía ser un buen proyecto para pasar unos días de verano. Fui allí como joven fotógrafo, conocí a mucha gente y vi que también existía otra orientación. Y ahí empezó un poco todo. ¿Todo?
El galerista Alberto Guspi fue clave en mi trayectoria. Un día me
llamó y me dijo que desde Canon patrocinaban galerías de fotografía en España, que tuviesen escuelas de foto, y me lo propuso. Ellos dejaban sus propias cámaras. Me patrocinaron durante cinco años. Y fue una experiencia fantástica que se prolongó durante 45 años. Ojo, cierra la galería Spectrum, pero se seguirán impartiendo clases de fotografía.
Spectrum Canon, como se llamaba al principio, fue una galería que enseñó a ver fotos a casi todo el mundo en Zaragoza.
Está claro que al principio, en los diez o quince primeros años, asumimos la tarea de divulgar la historia de la fotografía y sus grandes nombres. Apostábamos por la fotografía de las vanguardias y también por los valores emergentes de la fotografía española. Cuando las instituciones empezaron a asumir la tarea de exponer, apostamos por una línea creativa distinta.
¿Quién le marcó?
Hay gente a la que he admirado mucho y no he conocido, y gente que me ha enseñado con su actitud y su rebeldía. Por ejemplo, Pedro Avellaned. Siempre ha ido a su aire. Y Alberto García-Alix: llevaba y lleva las fotos en la cabeza y en la sangre. Y con ellos, entre otros, tendría que citar a Pablo Pérez Mínguez, Javier Valhontrat o Daniel Canogar.
Y acaba con Jean Dieuzaide.
Me habría gustado exponer a Robert Frank, que es para mí Dios o el Picasso de la fotografía, pero era muy complicado. Y he elegido a Jean Dieuzaide, que tenía su propia galería en Toulouse, y luego dirigió el espacio Chateau d’or. Es un fotógrafo excepcional. Fue galerista y es uno de los grandes fotógrafos franceses y europeos.
¿Qué hará ahora?
La fotografía es mi vida. Quiero presentar a Antonio Girbés en la Lonja y organizar una exposición de la fotógrafa aragonesa Luisa Rojo, que murió en Cetina.