La ciudad y los perros
La policía de Nueva York incorpora a sus dispositivos policiales nuevos perros robóticos. Anteriores prototipos fueron retirados hace años del Bronx debido a las protestas de ciudadanos despavoridos por su andar metálico. Si han visto ustedes la serie británica ‘Black mirror’, entenderán de qué hablo. Dos especímenes de ‘digidog’, cuyo coste alcanza la friolera de 750.000 dólares, patrullarán los alrededores de Times Square y su estación de metro, una de las más transitadas de Manhattan. Durante mi última visita a la ciudad comprobé que la crisis que ha azotado la urbe, especialmente dura tras la pandemia, tuvo como consecuencia la superpoblación de los pasillos subterráneos, donde los ‘sin techo’ conviven con artistas que piden limosna, tropeles de transeúntes, cucarachas y ratas. No en vano, el alcalde se vanagloria de haber contratado a una jefa municipal de exterminio que promete acabar con el problema de los roedores a cambio de un sueldo estratosférico. Y ahora llegan los canes automáticos. Tal vez para combatir la violencia haya que humanizar las capitales, repoblarlas con árboles, frenar la premura con la que empiezan a aflorar inteligencias artificiales y criaturas cibernéticas que nos suplantan. En algunos municipios de Indiana, al norte de Estados Unidos, cualquiera puede tropezar con una máquina repartidora que circula en solitario por los barrios, con su paquete, su sensor y sus cámaras. Desconfío aún de la belleza áspera del aluminio y de la obsolescencia programada.