Heraldo de Aragón

El encendido de la ciudad

- Miguel Gay Vitoria

Mis empeños personales me conducen de madrugada festiva a desplegar el asfalto de las calles de mi querida Zaragoza. Todavía la noche es cerrada y falta un puñado de palmos para que se encienda la luz del día. La ciudad duerme en una penumbra matizada por el ritmo ordenado del baile de los semáforos. El rojo se compenetra con las lámparas de posición y freno de los coches, y el verde pinta el alargado recorrido de la avenida.

Ese colorido se impone a la pelea estéril de las farolas por brindar un haz mortecino a su alrededor. Hace ya tiempo que el ciudadano aceptó su derrota en la batalla por la defensa de las luces de la noche. Consciente segurament­e de las exigencias de los ahorros, los energético­s y los económicos.

Un grupo de jóvenes se entienden a gritos a un lado de la calle. Avanzan desordenad­os en busca, supongo, de un lugar en donde reposar en el desenlace de una noche alargada. Me da la impresión de que no quedan ya demasiados sitios abiertos; o más bien que comienzan a levantar la persiana los lugares donde encontrar el café más temprano, esos establecim­ientos raros, cotizados por los más madrugador­es.

Los autobuses casi vacíos marcan el pálpito del paso del tiempo de parada en parada. Siempre hay alguien en la marquesina a la espera de la anunciada llegada del transporte: hay quien lee –lo que supone el mérito de sentirse acompañado por un libro-. Otros se entretiene­n con el móvil; los más se sientan indiferent­es intentando encontrar un pasatiempo con el que desgastar el paso de los minutos.

Con los primeros destellos de luz de verdad, me admira la sintonía de tres mayores de espíritu joven que justifican su indumentar­ia deportiva paseo arriba; se cruzan con un aspirante a corredor de maratón. A mi espalda se escuchan ya los primeros bocinazos, mezclados con el aullido de la sirena de una ambulancia.

Ya de regreso a casa, encuentro la tienda abierta en la que quiero comprar unas palmeras. Al fin y al cabo, no hay mejor excusa que un día de fiesta. Se despereza la ciudad. Se despierta mi casa.

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