Las personas con discapacidad intelectual también se independizan
Caridad Calvo, Bea Sánchez y Ángel Nicolau cumplen cinco meses compartiendo uno de los ochos pisos del proyecto piloto Mi casa, una vida en comunidad
Desde hace cinco meses Caridad Calvo, Bea Sánchez y Ángel Nicolau comparten un piso en el barrio zaragozano del Actur gestionado por la Fundación Kairós. Es una de las ocho viviendas que se han puesto en marcha en Aragón, con la implicación también de Atadi, Valentia y Fundación Cedes, en el marco del proyecto piloto Mi casa, una vida en comunidad. En ellas residen otras 23 personas con discapacidad intelectual y grandes necesidades de apoyo que quieren vivir independientes e integrarse en su barrio. Ha sido posible gracias a la financiación de 2,5 millones de fondos europeos.
Ayer no acudieron a trabajar como cada mañana a La Nave de Kairós, donde confeccionan luminarias para la empresa aragonesa Airfal, porque recibieron la visita de María Victoria Broto, consejera de Ciudadanía y Derechos Sociales. Sánchez, la benjamina de este hogar a sus 29 años, le hizo una reivindicación muy clara: «Soy libre de entrar y salir cuando quiero y necesito. Me siento como en una familia. Necesitamos más pisos así».
Estos tres compañeros de edades muy dispares, Nicolau tiene 54 años y Calvo, 55, tienen claro que prefieren esta vivienda a una residencia. En el comedor junto al televisor tienen colgado el cuadrante con las tareas repartidas, lavar y tender, fregar, recoger el tendedero, ordenar el salón y la limpieza de baños.
Lo dijo con conocimiento de causa Nicolau, que tiene una discapacidad del 65% y no es completamente autónomo para desplazarse por un problema neurológico. Destaca lo importante que fue para él abrirse su propia cuenta bancaria «aunque me la administra una educadora que me da algo de dinero para mis gastos». Por las tardes asiste al centro de tiempo libre Kambalache a cursos de radio, pintura y cocina.
Sánchez, con una discapacidad del 75% y que tiene paralizado el lado izquierdo, vivía con su madre antes de independizarse y para ella ha significado un cambio radical hacer las cosas por sí misma. Siente adoración por su sobrina de cuatro años y otro que acaba de nacer. Su pasión es la música, Malú y el trap.
Calvo, con 55 años y una discapacidad del 80% por sus problemas también de visión, lleva una «agenda muy ocupada» y hace zumba e informática. Con una sonrisa reconoce que las posibles «rencillas» propias de cualquier convivencia las van superando poco a poco con la ayuda de las educadoras que están con ellos todo el tiempo. Hay que tener en cuenta que uno de los requisitos para participar en este proyecto es tener una discapacidad reconocida del más del 75%.
Acompañados las 24 horas
Para atenderles y hacerles un seguimiento hay un equipo de cinco educadores de atención directa que les acompañan las 24 horas del día. «Tienen diferentes perfiles, hay sociosanitarios y psicólogos. Entre semana se alternan tres, pero intentamos que cada uno de ellos cubra siempre el mismo turno porque es importante que tengan esa seguridad. Luego los fines de semana los cubren otros dos profesionales», explica Amor Numancia, responsable de este programa en Kairós.
«La verdadera inclusión es que estas personas sean autónomas en la medida de lo posible», aseguró la consejera de Ciudadanía, quien hizo un llamamiento para que la sociedad «aprenda a mirarlas» como uno más «con los mismos deseos» que cualquiera. «Damos a las personas la posibilidad de decidir dónde, cómo y con quién vivir y que puedan desarrollar sus proyectos de vida», subrayó el presidente de Plena Inclusión de Aragón, Santiago Villanueva.
Por delante quedan ahora casi dos años, hasta diciembre de 2024, para evaluar si esta experiencia es positiva para ellos, algo que quedó patente ayer. Y determinar si resulta sostenible económicamente para el futuro.