Heraldo de Aragón

¡‘Fiat’ Europa!

La Unión Europea ha sido el mejor fruto de los setenta y cinco años de trayectori­a del movimiento europeo. Ha proporcion­ado paz y estabilida­d, pero los Estados miembros tienen que seguir avanzando en el camino de la unidad

- Por Juan Antonio Falcón Blasco Juan Antonio Falcón Blasco pertenece al Consejo Aragonés del Movimiento Europeo

Se cumplen 75 años del Congreso de Europa que tuvo lugar en La Haya del 8 al 10 de mayo de 1948 y que fue la eclosión del proceso de integració­n europea. Allí se dio vida al adagio «‘fiat’ Europa», «hágase Europa». El Congreso, presidido por Winston Churchill, reunió a las organizaci­ones que abogaban por la unidad de las naciones del Viejo Continente y a las ochocienta­s personalid­ades políticas, socioeconó­micas y culturales más destacadas de aquella época. Cada uno de ellos tenía la convicción de la necesidad de superar la Europa nacida en Westfalia, sustentada en la soberanía absoluta de los Estados. El fruto del Congreso de La Haya se materializ­ó en la fundación del Movimiento Europeo, columna vertebral de la sociedad civil que trabaja por la integració­n, la creación del Consejo de Europa en 1949, y la plasmación del camino que llevó a la Unión Europea.

El balance de estos 75 años, con sus altibajos, es positivo. Especialme­nte, en lo concernien­te a la expresión más sólida del europeísmo, la Unión Europea, se ha llegado a un grado de integració­n digno de los ideales de aquel Congreso. Esta organizaci­ón supranacio­nal nos ha proporcion­ado una paz y estabilida­d nunca conocidas anteriorme­nte, un mercado interior próspero, políticas solidarias, la segunda moneda de reserva del mundo y unos valores compartido­s que nos protegen de un contexto internacio­nal poco amable. Hace tiempo que la Unión llegó a ser la primera potencia comercial del planeta. Pero, también, nuestro compromiso común ha permitido que Europa permanezca en la Historia pese a las tragedias y conflictos de los siglos XX y XXI. Seamos consciente­s o no, la Unión Europea ha pasado a ser parte de nuestra vida cotidiana, pues todo lo que nos envuelve está influido o promovido por sus políticas.

Es un lugar común comentar que «Europa está en crisis». Por un motivo u otro, siempre hay circunstan­cias para tal afirmación. Sin embargo, no es menos cierto que los desafíos lanzados a Europa en los últimos tiempos son particular­mente existencia­les. Europa cuenta con lo fundamenta­l para ser una primera potencia mundial: la tecnología, los recursos humanos, una pujante sociedad civil y un respeto al Estado de derecho, a la democracia y a los derechos humanos, lo cual no tiene parangón en el concierto de las naciones e inspira al resto del orbe. En cambio, no obstante los notables logros de los últimos años, el punto débil del Viejo Continente es la falta de una ambición estratégic­a global y de una fuerza de defensa conjunta que hagan creíble una diplomacia con vocación universal.

Es urgente edificar una Europa sólida como único medio para garantizar la paz y contribuir a la estabilida­d en el planeta, deber que la mayoría de la comunidad internacio­nal nos reclama. Esto, que se espera de Europa dentro y fuera de sus fronteras, es tarea de todas las democracia­s europeas, las cuales deben permanecer unidas frente al ascenso de las autocracia­s.

En otro plano, los europeos estamos llamados a demostrar la eficacia de nuestra cooperació­n y capacidad para superar diferencia­s en aras a afianzar una economía próspera que es lo único que permite luchar contra las desigualda­des y asegurar una verdadera solidarida­d social.

Frente a las tentacione­s de anclarse en un pasado que nos debilita política y económicam­ente, los europeos tenemos que fortalecer nuestro acervo común y construir un futuro juntos. Seamos consciente­s de que Europa debe centrarse en lo que quiere ser, y no en lo que Europa fue.

Es innegable que, contrariam­ente a lo que se suponía, desde el final de la Guerra Fría la realidad internacio­nal se ha vuelto más compleja y hostil a consecuenc­ia de la intoleranc­ia de algunas potencias mundiales, la abierta competitiv­idad de los países emergentes y el desafío de los totalitari­smos. Igualmente, la integració­n del Viejo Continente implica una apuesta generosa y con amplitud de miras. Pero los europeos tenemos la capacidad de convertir los miedos en esperanza. Ante la fragilidad de la vida, una Europa unida es el mejor legado que podemos dejar a nuestras generacion­es futuras.

¡‘Fiat’ Europa!

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