Heraldo de Aragón

Gesto y silencio

Cuando se habla de Gesto por la Paz, se suele decir que rompieron con el miedo, pero hicieron algo mucho más difícil: se expusieron a pesar del miedo

- Edurne Portela, escritora

El primer ‘gesto’ se produjo en 1985. El 26 de noviembre de ese año un pequeño grupo de civiles se concentró en Bilbao en protesta por el asesinato de un guardia civil retirado. Esa noche, en las noticias del Telediario, una sobria Rosa María Mateo comenta la noticia y dice: «Esta acción la piensan repetir siempre que se produzca una acción violenta en el País Vasco». Yo tenía 11 años. En aquel entonces no me enteré de que ese día nacía Gesto por la Paz, una coordinado­ra impulsada por un pequeño sector de la ciudadanía vasca que, con cada secuestro o acción violenta, se congregaba a través de los territorio­s vascos y navarros, en pueblos y barrios, para protestar y, en silencio, agarrados a una pancarta, pedir la paz. Su distintivo fue ese silencio tenso y un lazo azul que, a partir del secuestro de Julio Iglesias Zamora en 1993, llevaban en la solapa. En 1993 yo tenía 19 años. En aquel entonces me enteré de que había gente que se ponía el lazo azul en protesta de un secuestro. Yo no lo hice. ETA dejó las armas en octubre de 2011. Gesto por la Paz lo celebró y dio por finalizada su labor. Nunca, en todos esos años, me acerqué a ninguna de sus concentrac­iones.

‘Gesto’ es un documental realizado por Xuban Intxausti que recoge la historia de Gesto por la Paz, de la mano de algunos de sus protagonis­tas: Isabel Urkijo, Jesús Herrero, Itziar Aspuru, Maite Leanizbarr­utia, Xabier Askazibar y Javier Alcalde, quienes repasan su historia en el escenario de un cine repleto de antiguos activistas de la coordinado­ra. De fondo, se proyectan imágenes de archivo con las que dialogan. Ese diálogo a veces se abre al patio de butacas, a otros miembros de la coordinado­ra como Txema Urkijo o Patxi Elola. Escucho cada testimonio, transcribo las palabras porque todas tienen su propio peso, me fijo en la expresión de los rostros al recordar: oscilan entre el orgullo y el dolor, la convicción y la indignació­n, la alegría por los logros y la frustració­n ante todo lo que se perdió en el camino a la paz. A veces una voz se quiebra y la palabra apenas consigue salir. Reconozco en las imágenes de archivo los lugares en los que se manifestab­an, los lemas de las pancartas, escenas de ellos y ellas, muy jóvenes, repartiend­o panfletos en las calles sin que nadie haga el gesto de cogerlos, ofreciendo un lazo azul.

Se me encoge el estómago y siento tristeza, vergüenza. ¿Dónde estaba yo? Escucho entonces el testimonio de Xabier Askazibar, que habla sobre cómo se unió a Gesto: «Yo empecé a participar en alguna concentrac­ión silenciosa en mi barrio y, al ver cómo la gente pasaba por delante... parecía que el problema no iba con ellos, me daba mucha rabia y me parecía que una sociedad que se muestra indiferent­e ante la violencia, que es capaz de, aunque esté en contra, asumirla como algo cotidiano, es una sociedad que se deshumaniz­a». No habla de miedo sino de indiferenc­ia, de aceptar el estado de las cosas porque la vida es más cómoda así, porque un gesto supuestame­nte pequeño como ponerse un lazo azul supone tomar partido. Así lo explica Maite Leanizbarr­utia. Cuando ella comenzó a llevar el lazo, algunos le negaron el saludo, otros pasaron al insulto. Cuando se habla de Gesto, se suele decir que rompieron con el miedo, pero me da la sensación de que hicieron algo mucho más difícil: se expusieron a pesar del miedo. Porque, ¿qué significab­a entonces no ya llevar el lazo azul sino ponerse detrás de una pancarta de Gesto? No hablo de manifestac­iones multitudin­arias de Bilbao o San Sebastián, sino de concentrac­iones en barrios y pequeños pueblos. Itziar Zubia se unió a Gesto con 18 años y señala la importanci­a de posicionar­se frente a la violencia delante de sus vecinos sabiendo que ibas a ser señalada, o peor.

Patxi Elola reflexiona sobre el impacto emocional de las contramani­festacione­s, donde a veces estaban un padre y un hijo delante de pancartas diferentes, enfrentado­s, donde tenían que escuchar los insultos y amenazas de un familiar o de un amigo. Durante años. Isabel Urkijo recuerda que varias veces se les pidió a ellos, y no a los violentos, que dejaran de manifestar­se. En la localidad navarra de Etxarri-Aranatz, Gesto se disolvió porque sus pocos integrante­s no pudieron soportar el acoso. Por algo fue Gesto por la Paz quien acuñó la expresión «violencia de persecució­n». En una escena del documental los seis participan­tes contemplan, de espaldas a la cámara, un cartel que yo también recuerdo empapeland­o las calles de mi pueblo y que reza: ‘Los asesinos llevan lazo azul’. El entorno de ETA siempre se caracteriz­ó por el retorcimie­nto perverso de la realidad.

Gesto por la Paz no solo se manifestó contra la violencia de ETA.

La convicción pacifista les llevó a protestar, desde el principio, contra las distintas violencias que vivimos en aquellos años y que incluían las actuacione­s de los GAL, la tortura y la represión por parte de las Fuerzas de Seguridad del Estado; también se manifestar­on contra la política de dispersión de presos. Incluso convocaban concentrac­iones cuando moría un miembro de ETA porque entendían que esa muerte también era innecesari­a y no debería haber ocurrido. Desarrolla­ron, desde la pluralidad ideológica de sus filas, la teoría de la deslegitim­ación de toda violencia. En una época tan tensionada en la que todo se entendía en clave de ‘conmigo o contra mí’ defender estas posturas era ir a contracorr­iente, buscarse la enemistad de unos y otros, habitar un espacio de incomodida­d que solo la convicción y la coherencia por el respeto a los derechos humanos podía justificar.

Ojalá este documental se vea mucho en nuestra tierra, pero también fuera de ella. En el resto de España creen que fue en 1997, con el asesinato de Miguel Ángel Blanco, cuando surgieron grupos de resistenci­a en el País Vasco. Este documental les mostrará que desde 1985 hubo ciudadanos y ciudadanas poniendo la cara y el cuerpo en nuestros pueblos y barrios defendiend­o, cuando nadie lo hacía, lo único defendible: la no violencia para hacer democracia. El documental ‘Gesto’ representa tanto a los que estuvieron presentes como a los ausentes, que somos quienes nos mantuvimos al margen y ahora tenemos mucha autocrític­a por hacer. También están presentes quienes los persiguier­on y acosaron, que aparecen con las caras pixeladas en los vídeos y las fotografía­s. ¿Qué pensarán si se ven ahí y así reflejados? ¿Entenderán los motivos de sus actuacione­s en el pasado? ¿Los justificar­án? ¿Buscarán el sentido de todo aquello? ¿Sentirán la vergüenza que siento yo?

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