Heraldo de Aragón

Las particular­idades de la sequía

- Aurelio Viñas Escuer

Estamos en época de sequías, todas preocupant­es. Tenemos sequía política, sequía moral y religiosa e incluso algo de sequía intelectua­l. Pero la más preocupant­e en estos momentos parece ser la sequía meteorológ­ica. Y solo a ella voy a referirme. Llueve muy poco y eso hace que el agua amenace con escasear en los ríos y en las fuentes. Y no olvidemos que el agua es tan necesaria para la vida como el aire que respiramos. Y esa agua viene del cielo a través de la lluvia. Y un poco también de la nieve.

El libro titulado sencillame­nte ‘Refranes’, publicado en 1997 por Editorial Sopena, contiene ochenta y tantas frases referentes a la lluvia. Muchas de ellas, relacionad­as con el cuarto mes del año, por eso de que «abril, aguas mil». Así se desprende también de los datos sobre la pluviometr­ía de los últimos veinte años. Pero abril, por primera vez, nos ha traicionad­o terribleme­nte, tanto a nivel regional como nacional, no cayendo en algunos lugares ni una gota de agua.

En mi pluviómetr­o particular, he recogido nueve litros en todo el mes. Esto en Chimillas, pueblo de la Hoya de Huesca, al pie de la sierra de Gratal. Si se tiene en cuenta, además, que en marzo solamente cayó aquí un litro, las cosas no pueden ir a peor.

¿Las causas? Se hace mención con frecuencia al cambio climático. Y en efecto, su influencia puede ser grande. Pero no despreciem­os la deforestac­ión que se está produciend­o en nuestros bosques. En el siglo XV las masas forestales todavía ocupaban en nuestro país superficie­s muy extensas. Un embajador extranjero escribió después de un viaje a Granada en visita a los Reyes Católicos: «Desde Irún a Santa Fe (en las puertas de la ciudad granadina) no he dejado de pasar por un interminab­le bosque». Los siglos siguientes fueron testigos de una deforestac­ión constante, en función de los requerimie­ntos de la ganadería, de la construcci­ón naval y de la utilizació­n de la madera en los hornos de fundir metales. Y algo después, ya en el siglo XIX, la famosa desamortiz­ación fue funesta para nuestra riqueza forestal, al permitir la roturación de grandes extensione­s de bosque para dedicarlas al cultivo de cereales. No puede sorprender­nos pues que Miguel Delibes, a quien tuve el honor de conocer, en su ingreso en la Real Academia Española, en 1975, dijera: «El hombre de hoy usa y abusa de la naturaleza como si fuera el último habitante de este desgraciad­o planeta, como si detrás de él no se anunciase un futuro». A todo ello hay que añadir últimament­e los incendios, unos casuales y otros impunement­e provocados.

También quiero recordar un artículo que escribí en marzo de 1978 haciéndome eco de que el Sáhara, el mayor y más árido desierto de la Tierra, era hace ocho mil años una región de grandes bosques, verdes llanuras y algunos ríos y lagos, según se deduce de los fósiles. Y algo parecido puede decirse del Sinaí.

Con estas disquisici­ones hemos llegado al quid de la cuestión. ¿La seguía actual puede ser un ciclo breve, como las sequías de la Biblia, o ha llegado para quedarse de forma permanente, como una maldición? Me temo que se trate de lo segundo. Y ojalá me puedan tachar pronto de pesimista.

Y nuestros gobernante­s, con el señor Lambán a la cabeza, en lugar de pensar seriamente en todo ello parecen mirar para otro lado. Hasta ahora, y tal vez de un modo aberrante, hacia la unión de las pistas de esquí, lo que no dejaba de ser una tontería millonaria. No conducía a nada adulterar la belleza de los valles pirenaicos con cables y cabinas que podían convertirs­e en chatarra. Más les valdría crear masas forestales donde el terreno lo permita. Y no talar ni un solo árbol, ni en Aragón ni en España. A menos que les urja reponer serrín en sus cerebros.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain