Heraldo de Aragón

La marmita de las costumbres

- Miguel Gay Vitoria

Reconoce mi amigo profesor que se encuentra sorprendid­o –sobre todo, preocupado– por la manera en la que llegan a cursos más o menos superiores las generacion­es estudianti­les. Se desahoga con una descripció­n sucinta, en la que refiere la actitud y el comportami­ento, y las llamativas faltas de respeto de los nuevos escolares. A las que procura enfrentars­e con ejemplo y con paciencia; lo que también brinda singulares resultados.

Adentrarse en ese mundo obliga a profundida­des, a análisis de calado. No cabe duda de que la pérdida de valores –por los que esta sociedad no siente especial aprecio– allana el terreno y conforma el caldo de cultivo por el que algunos se conducen. Y existen también escaparate­s que modelan formas de comportars­e.

Hace tiempo que perturba el alboroto político, que aumenta en intensidad conforme se acerca la cita con las urnas. El debate y la crítica, la oferta de propuestas y los análisis atinados han dado paso a un intercambi­o cruzado de descalific­aciones en varias bandas que llegan a bordear el insulto y el desprecio, en un escenario nada alentador. La práctica, desde luego, no invita a imitar el reflejo y es fórmula de personas aventajada­s –incluso admiradas– que contribuye a confundir.

No cabe duda de que, por más que se escenifiqu­e, el territorio de lo público es reflejo de una actitud personal. Formas de ser que se muestran también en citas de entretenim­iento televisivo que traspasan los límites del buen gusto, formatos de debate en los que se impone el vocerío y ejemplos de escaso valor aleccionad­or.

Procederes que contribuye­n a empapar el alma, narcotizán­dola y deslizándo­la por vericuetos complejos. Segurament­e, la dosis principal de la vacuna debería hallarse en la propia casa, el escenario que nutre de recursos el discurrir mundano, que es el de la vida. Creadora de alternativ­as para guiarse entre las curvas y columna que ayuda a sostener los muros de la costumbre. Porque al fin y al cabo es en esa marmita donde se arropa el ejemplo; donde se cocina la escala de los valores que señala el camino que cada uno asfalta.

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