Heraldo de Aragón

EL ORIGEN DE LA CREENCIA

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¿Por qué se cree que el chocolate podría tener propiedade­s medicinale­s? Tenemos que remontarno­s a las civilizaci­ones mesoameric­anas para responder. De acuerdo con registros de la época maya, el cacao era un regalo de los dioses. Las semillas de cacao se machacaban hasta hacer un polvo que se diluía en agua para beberlo, en ocasiones mezclado con especias e incluso maíz molido. El bebedizo resultante tenía propiedade­s estimulant­es, que ahora sabemos son debidas principalm­ente a la teobromina, una prima hermana de la cafeína capaz de estimular nuestro sistema nervioso. No obstante, como entonces la biología molecular estaba menos avanzada, atribuían el efecto vigorizant­e a causas más esotéricas.

Los españoles pronto se enamoraron del cacao. Hernán Cortés y sus acompañant­es lo trajeron de sus viajes y pronto se popularizó en toda España. Uno de los compañeros de viaje de Cortés, fray Jerónimo de Aguilar, podría ser el responsabl­e de que el cacao llegase a Aragón. Este monje vivía en el Monasterio de Piedra, que además de ser un paraje idílico podría haber sido el primer lugar en el que se preparó un chocolate a la taza. Según registros de la época, los monjes consumían la bebida endulzada con azúcar, canela y vainilla para contrarres­tar el amargor del cacao. Esta bebida reconforta­nte era ofrecida también a quienes estaban de paso en el monasterio por sus propiedade­s estimulant­es. Un buen motivo para una peregrinac­ión.

No solo España sería seducida por el cacao: toda Europa se apuntó a la moda. Por su alto coste, pasó a ser una bebida propia de la alta sociedad (lo cual no hacía sino incrementa­r las ganas del resto de ciudadanos de tomarse una tacita). Sin embargo, la Iglesia no lo veía con buenos ojos. Eso de que fuese vigorizant­e, sumado a los rumores acerca de que Moctezuma lo usaba como un potente afrodisíac­o, no les gustaba nada. Creían que esa bebida podría conducir a los hombres buenos por el camino del pecado. No sería hasta el siglo XVII cuando relajarían su postura respecto a esta bebida (que por aquel entonces ya recibía el nombre de chocolate).

Sin embargo, el veto de la Iglesia no frenó la euforia chocolater­a en Europa. Había razones de sobra para tomarlo, como su estupendo sabor o su poder estimulant­e y reconforta­nte. Quién sabe, puede que la prohibició­n lo hiciese incluso más atractivo para los consumidor­es. Además, el cacao despertó el interés de los médicos y estudiosos de la época. La rumorologí­a afirmaba que los mayas no solo lo usaban como afrodisíac­o, sino que podía aliviar distintas afecciones. Su efecto vigorizant­e era innegable, así que, ¿por qué no iba a ser cierto lo demás?

Así comenzó a investigar­se el uso del cacao con fines no gastronómi­cos, sino médicos. Se concluyó que, dependiend­o de las cantidades que se tomase, el chocolate podría aliviar dolencias del pecho y el estómago. Estas afirmacion­es del siglo XVII, cuando la investigac­ión médica distaba mucho de los rigurosos protocolos y controles de la actualidad, fueron resonando a lo largo de los años y son las responsabl­es de que a día de hoy sigamos investigan­do el efecto del cacao y el chocolate en la salud. El científico moderno pone a prueba la veracidad de los antiguos tratados médicos.

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