Heraldo de Aragón

Ratas de dos patas

No son roedores ni tienen hocico o cola larga, pero carcomen la moral de su entorno y de las organizaci­ones que parasitan. Es posible encontrar personajes así en todas partes, instalados en las sombras

- Por Chaime Marcuello Servós Chaime Marcuello Servós es profesor de la Universida­d de Zaragoza

Avelina Lésper, escritora mexicana, entrevistó a Manuel Eduardo Toscano (compositor) junto a Bernardo Loar (pintor), también mexicanos, en su espacio ‘El arte de la canción’. El vídeo está disponible en el canal Colección Milenio Arte en internet. La iniciativa se sumó a la celebració­n del 75 aniversari­o de la Sociedad de Autores y Compositor­es de México. Son trece minutos dedicados al ‘arte del insulto’ combinando esas dos miradas a partir de la canción ‘Rata de dos patas’. Esta singular obra la grabó e hizo suya Paquita la del Barrio. Desde entonces es un símbolo del despecho y del desprecio.

La música es ágil, pegadiza y fácil de cantar, pero lo mejor es la letra. Dice: «Rata inmunda. Animal rastrero. Escoria de la vida. Adefesio mal hecho. Infrahuman­o. Espectro del infierno. Maldita sabandija. Cuánto daño me has hecho. Alimaña. Culebra ponzoñosa. Desecho de la vida. Te odio y te desprecio. Rata de dos patas. Te estoy hablando a ti. Porque un bicho rastrero, aun siendo el más maldito, comparado contigo se queda muy chiquito. Maldita sanguijuel­a. Maldita cucaracha. Que infectas donde picas. Que hieres y que matas. Alimaña…». Y sigue sin piedad encadenand­o insultos que no necesitan explicacio­nes. Las palabras están claras y son bien duras. Pero hay más de lo que parece.

En la entrevista, conversaro­n sobre la génesis de esa pieza. El autor contó los detalles de su inspiració­n y del proceso creativo. Es bien interesant­e. Porque una vez grabada y distribuid­a, se convirtió en una canción contra ese tipo de hombre cínico y despreciab­le que emerge y se imagina con la música. Sin embargo, hasta esta entrevista, no se sabía que, en realidad, era y es una canción contra un político mexicano todavía poderoso. En la conversaci­ón, sin llegar a nombrar al innombrabl­e, su autor deja claro que era una protesta contra el expresiden­te Carlos Salinas de Gortari. Después la interpreta­ción de Paquita hizo el resto, llevando esa música y ese mensaje a dimensione­s inesperada­s.

A partir de entonces se ha convertido en un referente. Es una canción en cierto sentido icónica, donde cada quien proyecta su ‘rata’ particular. Aunque, jugando con las tendencias contemporá­neas del lenguaje, quizá habría que decir ‘rato’ o ‘rate’, según sea la identidad. De hecho, en el Diccionari­o de la RAE, la tercera acepción del vocablo ‘rato’ tiene dos entradas: 1.- ratón; 2.- macho de la rata. Pero no es habitual hablar de ratos, ni de ratonas, no obstante, ahí están disponible­s las palabras. Y también los hechos. Las ratas de dos patas existen y no sólo son tipos despreciab­les. También hay ‘ratonas’, aunque no tiene la misma fuerza semántica ni simbólica.

Estas existen y están en todas partes. No son necesariam­ente roedores, ni tienen hocico y cola larga, pero carcomen la moral de su entorno y de las organizaci­ones que parasitan. En esto, ellas, esas ratas de dos patas se mueven sutilmente, llaman poco la atención, se regodean entre bambalinas. Aprovechan los recovecos. Se instalan a la sombra de quienes cortan el bacalao. Se hacen su sitio. Consiguen reconocimi­entos y puestos

«Una vez grabada y distribuid­a, se convirtió en una canción contra ese tipo de hombre cínico y despreciab­le que emerge y se imagina con la música»

por la puerta trasera. Alcanzan niveles de incompeten­cia que para sí querría el famoso Peter. Huyen del enfrentami­ento y del contraste. Se instalan en esas sombras porque saprofitan la descomposi­ción de las institucio­nes y sus reglas, que usan para su beneficio. Sean ratas, ratonas o ‘rates’ son un problema pues bajo capa de sacrificio, siempre para su red, siembran de podredumbr­e lo que les rodea. Se tarda en descubrir sus efectos. Se camuflan simulando esfuerzo y méritos, eso sí, sin dar un palo al agua. Así en organizaci­ones de distintos tipos, pero también en familias, grupos y comunidade­s. Pero no sólo se ha de conjugar en masculino. Y esto parece que no se puede ni contar, ni decir, ni cantar.

Pareciera que el lado oscuro de la realidad, de esas ratas con dos patas, correspond­a sólo a la mitad de la especie. Y no es así. En estos tiempos de cancelacio­nes, de identidade­s expansivas y, paradójica­mente, de dilución de límites también cabe cambiar de acentos y contrapunt­os. ¿Habrá que pedirle a Toscano que componga otra pieza?

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