Manual de autoayuda
Katy Perry con el ojo tapado por el sombrero, perdida y buscando su sitio en la abadía de Westminster soy yo en la vida. Y Nick Cave con su tinte negro zaino recién echado por su cuñada, también. Son la luz y la oscuridad, la imagen perfecta y contrastada de lo que es Gran Bretaña. Pero por encima de todos está Camila. Antes fea y ahora también, pero, al fin, reina. Camila es un manual de autoayuda con piernas varicosas y medias de compresión. «Nunca pierdas la esperanza», rezará en su lápida. Solo es cuestión de aguantar. Porque todo pasa, y las traiciones tampíxticas se perdonan.
La británica es la única monarquía europea que mantiene la ceremonia de la coronación, que viene a ser una boda entre dos septuagenarias que se han conocido en un bar de
Benidorm. El rey entra en Westminster y los invitados van inclinándose a su paso. Luego queremos que sea una persona normal. Bueno, quieren algunos, no yo. Porque nada aquí es normal, y se agradece, y ellos lo saben, y lo potencian, y pasan del minimalismo y se entregan a la que debería ser, siempre, la máxima de una monarquía: más es más. Más pompa, más joyas, más armiños, más oro, más anacronismos y más trompetas, que parece que el cielo se vaya a abrir para que baje el Espíritu Santo. Lo único humano de este espectáculo grandioso son los dedos como salchichas del príncipe Carlos y la preocupación de Camila por su peinado, aplastado por el peso de la corona; con eso ha de bastarnos. Todo lo demás contribuye a mantener la mejor ficción de la historia, la de una familia donde hay intrigas, sexo, poder, amor, odios y mucho dinero. Un serión. Ojalá la carroza no se convierta en calabaza y tengamos más temporadas.