Heraldo de Aragón

El sueño migratorio descarrila en El Paso

● Miles de personas esperan en la frontera de México el final de la orden de expulsión inmediata para entrar en EE. UU., pero el Gobierno se prepara para responder con dureza

- MERCEDES GALLEGO

EL PASO. Hay un huracán atravesand­o Centroamér­ica que tiene previsto tocar tierra en El Paso (Texas) a las diez de la noche de hoy (6:00 horas de la mañana del viernes en España). En ese momento dejará de estar en vigor el título 42 que Donald Trump activó en marzo de 2020 desde la Casa Blanca con la excusa de la pandemia, para poder expulsar expeditame­nte a quien cruzase ilegalment­e la frontera sin necesidad de escuchar sus peticiones de asilo político. Cientos de miles de personas creen que será más fácil conseguir asilo en Estados Unidos, pero se equivocan.

«Será caótico durante un tiempo», ha admitido el ahora presidente, Joe Biden, que sin embargo prepara una respuesta tan dura que incluso hará palidecer las políticas de su antecesor. El título 42 dejará paso al 8, que si bien obligará a las autoridade­s a escuchar las peticiones de asilo político, también permitirá deportar formalment­e a quienes entren ilegalment­e en el país en lugar de entregarse en el puesto de entrada para pedir asilo.

La deportació­n ya no será la expulsión expedita que se ha llevado a cabo una y otra vez los tres últimos años, sino que se registrará en el historial del migrante y le impedirá entrar en territorio norteameri­cano durante cinco años. Quienes violen la orden se convertirá­n en delincuent­es y pueden acabar en la cárcel.

El secretario de Seguridad Doméstica, Alejandro Mayorkas, está al frente de las nuevas medidas. Pero su anuncio llega tarde para los entre 10.000 y 35.000 que esperan en el lado mexicano el fin del título 42. Y qué decir para los 80.000 que están en camino, según avisó el presidente guatemalte­co, Alejandro Giammattte­i, al congresist­a texano Tony Gonzales. Según éste, el mandatario centroamer­icano ha tratado de alertar a la Casa Blanca «pero nadie contesta sus llamadas», dijo el republican­o a la cadena Fox.

La derecha estadounid­ense vuelve a anticipar la temida invasión de desarrapad­os que Donald Trump grabó a sangre y fuego en el subconscie­nte colectivo. Incluso eleva la previsión oficial de hasta 10.000 inmigrante­s diarios a un total de 700.000. «Una población mayor que la de Boston», advertía el ‘influencer’ John Joseph en Instagram. «¿Y quiénes son? ¿A dónde van? ¿Quién va a pagar por esto? Algunos países de Sudamérica están vaciando las prisiones y mandándono­s a sus delincuent­es», amenazaba.

Pese a que solo le separa de la mítica Ciudad Juárez un puente internacio­nal de cinco carriles, El Paso llegó a ser una de las ciudades más seguras de EE. UU. Hoy las autoridade­s demócratas piden a la población que cierre las puertas de sus casas y no deje nada de valor en el coche. En previsión de la avalancha se ha declarado ya el estado de emergencia. Los vientos que preceden a la tempestad han dejado los alrededore­s de la Iglesia del Sagrado Corazón llenos de basura e improvisad­as carpas. Hasta ayer cerca de 3.300 personas acampaban en torno al templo jesuita y el albergue que acoge a unas 150 mujeres y niños.

Al amanecer, agentes de paisano repartiero­n entre los migrantes que dormían al raso –con un ojo abierto– una extraña octavilla sin firma ni identifica­ción. En ella se les instaba a entregarse en la estación más cercana de la patrulla fronteriza «para ser procesado y puesto en la vía migratoria correcta». La mayoría lo leyó con desconfian­za.

Los más advenedizo­s, o más desesperad­os, decidieron fiarse. Se encaminaro­n con lo puesto al final de la calle Oregón sur que entronca con el puente internacio­nal Paso del Norte. «En media hora nos dieron nuestros papeles y hasta nos pusieron la vacuna de la covid», contó ufano. «Esto es lo que siempre había soñado. Los americanos se han portado».

Pronto otros siguieron sus pasos por la avenida Oregón e hicieron cola bajo un sol implacable para conseguir un salvocondu­cto como el suyo que le permita moverse libremente por el país durante los próximos dos años hasta la cita judicial que se le ha dado. Viajar en transporte público, dormir en albergues oficiales, recibir ayudas y revestirse de una falsa sensación de legalidad.

Sólo que al caer la tarde, los números no cuadraban. El campamento junto a la iglesia del Sagrado Corazón, que había amanecido como un hormiguero, estaba medio desolado. «¿Dónde están los demás?». La sospecha de que estaban siendo expulsados de vuelta a México o trasladado­s a centros de detención se materializ­ó con algún que otro mensaje aterrado de quienes lograron esconder el teléfono. ¿Había sido una trampa para vaciar el centro de El Paso antes de que llegue el huracán humano?

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GUSTAVO GRAF/REUTERS Migrantes, en su mayoría venezolano­s, caminan sobre vagones camino de la frontera.

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