La provincia irreal
Recuerdo que una vez, hablando de atardeceres, Antonio Pérez Lasheras dijo que los crepúsculos más hermosos que él había visto eran sin duda los de Teruel y, sentado en una terraza del Óvalo con Toni Losantos, doy fe de que el mayor especialista en Góngora no exageraba lo más mínimo. «Hay tardes en que el naranja del cielo es tan potente que resulta ofensivo», me dice Toni, que es el Umbral de Teruel, pero un Umbral con chaqueta de profesor de instituto y zurrón de pastor andorrano.
Toni Losantos escribió un artículo extraordinario, titulado ‘Altiplano’, en el que hablaba de la irrealidad casi metafísica de la provincia de Teruel, y desde que lo leí le insisto para que mande a paseo sus deberes profesorales y se enrole en la escritura del gran libro turolense que lleva dentro.
Toni me explica que hay una parte de la ciudad de Teruel erigida sobre los escombros de la guerra civil y yo me acuerdo de ‘Alemania, año cero’ y de los ‘bomb sites’ londinenses y le digo que todas las batallas, de Troya a Járkov, son la misma batalla. Caminamos por la ciudad en obras hasta la estación de autobuses, donde está, me dice, la primera y la única escalera mecánica de Teruel.
En un autobús lleno de migrantes que vienen de Murcia y de Valencia cruzo la provincia irreal de Toni Losantos. El negrísimo manto de la noche turolense envuelve las parideras ruinosas, las piscinas de purines y los campos y baldíos que sobrevuelan día tras día las aves rapaces. Brillan las luces del aeropuerto y de los pueblos que se resisten a vaciarse. Mi vecino de asiento no para de reírse viendo ‘sketches’ de Tik Tok y yo, maldita sea, no consigo dormirme.