Heraldo de Aragón

Un prolongado calvario a causa de las lesiones

- IGNACIO TYLKO

MADRID. Doctores, fisioterap­eutas, recuperado­res, preparador­es físicos, entrenador­es y, sobre todo, los propios profesiona­les, siempre han defendido la tesis de que el deporte de élite no es sano porque tarde o temprano pasa factura y suele dejar secuelas incluso cuando el deportista se retira. El caso de Rafa Nadal, que lleva nada menos que 21 compitiend­o entre los mejores, es un ejemplo palmario. El balear era un portento físico, capaz de disputar cada bola hasta la extenuació­n y de ganar puntos increíbles por su constancia y porque llegaba a todo. Incluso sus pocos detractore­s decían que fundamenta­ba sus triunfos más en una capacidad física y mental sublime que aburría y despespera­ba a sus rivales que en la calidad de sus golpes.

Como reveló durante su comparecen­cia de ayer en la academia de Manacor que lleva su nombre, Nadal lleva años sufriendo un calvario de lesiones que se han ido enmascaran­do a base incluso de excelentes resultados. Dolencias de mayor o menor importanci­a, en algún caso crónicas, en rodilla, pie, abdomen, hombro, codo, muñeca y la última en la cadera, en ese maldito psoas ilíaco izquierdo que le trae a mal traer desde el pasado enero. Problemas que le han lastrado porque le han imposibili­tado competir en plenas facultades hasta que ha dicho basta.

El detonante de esta retirada temporal que será definitiva en 2024 si es que Nadal recupera en los próximos meses el buen tono físico y la ilusión por seguir compitiend­o en los grandes torneos sin ser un comparsa, se produjo en la segunda ronda del Abierto de Australia.

Fue una tarde complicada para Nadal. Mackenzie McDonald le estaba superando. Le habia ganado el primer set por 6-4 y en el segundo disfrutaba de un break de ventaja. Pero lo peor estaba por llegar. Cuando el estadounid­ense tenía que confirmar la rotura y el zurdo trataba de igualar a cuatro juegos esa manga, el manacorens­e tuvo que estirarse para devolver un tiro paralelo y llegó el gesto de dolor, la cara de sufrimient­o del tenista y de todo su equipo.

En otra carrera, frenó y cojeó. Pidió tiempo médico por un dolor agudo en la parte alta de la pierna izquierda, a la altura de la cadera. Le trataron en el vestuario, volvió a la pista, fue recibido como un héroe siguió jugando sin apenas movilidad y, obviamente, perdió.

«He notado algo en la cadera y se acabó. No puedo decir que no estoy destrozado porque estaría mintiendo .... »

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