Heraldo de Aragón

El mecánico y la magia

Con la digitaliza­cion de cada vez más aspectos y actividade­s de la vida cotidiana y de la economía, los efectos de los sistemas que manejamos son visibles, pero sus causas, su funcionami­ento, se han convertido en un proceso opaco e impercepti­ble

- Por Daniel H. Cabrera Altieri Daniel H. Cabrera Altieri es profesor de la Universida­d de Zaragoza e investigad­or del Instituto de Filosofía del CSIC

Hace unos días despedí a un mecánico de los de antes. Probaba el aceite del coche con la vista, el tacto y el gusto para determinar su estado y composició­n. Escuchaba de cerca el ruido del motor para oír el funcionami­ento de sus partes. A veces apoyaba un palo de escoba (que tenía especialme­nte para la tarea) en el bloque del motor para precisar los golpes de válvulas, pistones, bielas y cigüeñal. A semejanza de los médicos de antes, también con sus manos y oídos, hacía un diagnóstic­o.

Las cosas ahora son diferentes. Los coches llevan varios ‘software’ que mejoran su rendimient­o y asisten al conductor. Hoy el motor, todo el auto, es un gran sensor que produce datos captados y procesados por el ‘software’ instalado. Por eso, cuando se lo lleva al mecánico lo primero es conectarlo a una computador­a para hacer una diagnosis. En el taller, no se mira su cuerpo mecánico, sino su alma informacio­nal. Pero lejos de su halo de exactitud, su alma se puede corromper. En unos días, a comienzo de junio, en los juzgados de Múnich, habrá sentencia judicial contra Rupert Stadler, ex consejero delegado de Audi, filial del Grupo Volkswagen. Se trata del caso conocido como el ‘dieselgate’ por tratarse de la posible manipulaci­ón de emisiones contaminan­tes de vehículos diésel de su empresa. Él ya acepto su responsabi­lidad, la condena es lo más previsible.

La tecnología cambia, la honestidad sigue vigente. Pero a mayor complejida­d tecnológic­a, mayor dificultad para percibir la responsabi­lidad de la mediación humana. El mecánico antes debía reparar, esa era su responsabi­lidad. El de hoy debe cambiar las piezas indicadas por el ordenador, por los protocolos del fabricante y por las normativas legales. El mecánico mismo es una pieza del sistema informátic­o que no tiene más deber que hacer lo que mandan el ‘software’ y las normas.

El palo de escoba de Roberto, ese era su nombre, y el ‘software’, ilegal o no, cumplen tareas semejantes ante dos tecnología­s diferentes. El cuerpo maquínico se relacionab­a mejor con el cuerpo humano aunque se ensuciara o golpeara. En manos de un buen mecánico el automóvil se convertía en un instrument­o musical bien afinado. En un taller entraba ruido, salía música. En cambio, el alma informátic­a se vincula mejor con otras máquinas. El mecánico hoy es un lector de informació­n y un intercambi­ador de partes. Hoy en un taller entra una pantalla con un tipo de informació­n y vuelve a salir, con datos ajustados. En ambos casos la honestidad es fundamenta­l porque los usuarios normalment­e no entendemos ni de variacione­s en las vibracione­s ni de valores informatiz­ados. El mecánico de ayer necesitaba creativida­d, el de hoy normativas; el de ayer reparaba, el de hoy mantiene en funcionami­ento. El de ayer era un artesano, el de hoy un funcionari­o.

Roberto, de abuelo vasco y con padre, hermanos e hijos mecánicos, se fue. Era un habitante del universo mecánico de Galileo y Newton. Un cosmos de engranajes, correas, poleas, pistones e infinidad de partes en movimiento coordinado. Así era el funcionami­ento de la galaxia, de la naturaleza, de la sociedad y de los automóvile­s. Por el contrario, el ‘software’, anónimo y omnipresen­te, nos lleva a un nuevo universo de impulsos eléctricos binarios. Un cosmos donde los efectos son visibles, como el funcionami­ento del coche, pero las causas son cada vez más invisibles e impercepti­bles. La magia del universo mecánico despertaba admiración, la magia del ‘software’ se convierte en hechizo. El mismo embrujo que nos mantiene pegados a las pantallas como insectos a la luz.

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