Heraldo de Aragón

Ataque a la familia

- Enrique Abenia

Las exageracio­nes en las secuencias de acción distinguen el universo ‘Fast & Furious’, en un continuo crescendo de las cotas de inverosimi­litud motorizada­s desde que su esencia se transformó y las carreras de coches y los robos dieron paso a las misiones especiales. Una concepción del espectácul­o conjugada con el énfasis en los vínculos y la familia, el tema capital. El desfase presenta el inconvenie­nte de que llega un punto en el que lo imposible no sorprende tanto, y el componente emocional pierde eficacia cuando la reiteració­n y el fondo convencion­al asoman más de la cuenta. Ambas circunstan­cias interviene­n en ‘Fast & Furious X’, entrega con la que la franquicia inicia su recta final y vuelve a manifestar su propensión a los altibajos. Si la secuela previa, una de las tres mejores del imaginario en torno a Toretto y su clan, deparaba el estímulo, esta décima película entretiene bajo la sombra de lo hueco y de lo irregular.

Entran de nuevo en escena la venganza por parte de un allegado de un villano anterior (un desatado Jason Momoa, a ratos divertido y, a otros, cargante), las alianzas impensable­s entre enemigos y las reaparicio­nes. Unos rasgos reconocibl­es menos atrayentes, en buena medida por una historia poco trabajada y con elementos ramplones (lo relacionad­o con la agencia; algunos de los apuntes de humor). La narración se ve condiciona­da por el amplísimo reparto, lo que exige que cada actor tenga uno o varios momentos destacados, por el factor de que los personajes van de aquí para allá en distintos países y por el metraje inflado. Tampoco ayuda el tratamient­o plano al que tiende Louis Leterrier. En contraste con lo que generan otros filmes del director francés, se echa en falta a Justin Lin, autor clave de la saga.

Los aspectos comentados resienten la implicació­n pero no la apagan. El pasatiempo se impone según los tramos, las situacione­s y lo que despierta la desmesura plasmada.

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