Heraldo de Aragón

‘The legend of Zelda. Tears of the kingdom’, la aventura definitiva e infinita

Gracias a una sistema de físicas perfecto y a los nuevos poderes de Link, Nintendo ha creado el videojeugo definitivo en el que cada desafío tiene una y mil soluciones posibles

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Tal vez, lo peor que se puede decir de ‘Tears of the kingdom’ es que se parece mucho a su predecesor. Sin embargo, cuando tu punto de partida es uno de los mejores videojuego­s de todos los tiempos, tus debilidade­s se convierten en fortalezas que te permiten mejorar y construir la mayor aventura jamás contada. Un viaje que son muchos, un destino que se puede alcanzar de todas las formas imaginable­s, porque todos los caminos llevan a Hyrule.

Antes de comenzar ‘The legend of Zelda. Tears of the kingdom’ el jugador debe asegurarse de que cuenta con decenas de horas libres para dedicarlas a esta aventura que le atrapará de principio a fin. La historia central es sencilla y no por ello simplona, recurrente pero no repetitiva: la princesa Zelda y el caballero Link salen a dar un paseo por las profundida­des del reino y despiertan a un poder maligno latente; Zelda desaparece y Link adquiere nuevos poderes y una misión, encontrar a Zelda y salvar al reino.

El jugador que haya disfrutado de anteriores Zeldas se sentirá como en casa y los que lleguen por primera vez a este universo acabarán enganchado­s, desde los primero compases, tanto a la trama principal como a las incontable­s secundaria­s que afloran a cada paso que damos por el reino de Hyrule. Porque ‘Tears of the kingdom’ es uno de esos juegos en los que entras para echar una partida de 10 minutos que te permita avanzar en la trama y acabas, cuatro horas después, inmerso en una absurda pero divertidís­ima misión, en la que te metiste porque un NPC ‘ramdom’ llamó tu atención en lo alto de una colina.

Los jugadores preocupado­s por los FPS, la resolución 4K o los gráficos hiperreali­stas, se pueden ver al principio decepciona­dos. Este juego ocupa algo más de 16 GB (frente a los más de 100 de títulos de PS5 o Xbox) y se ejecuta en una videoconso­la que y tiene seis años y que desde el principio no se preocupó por la batalla de los gráficos. Esa no es su guerra y Nintendo lo sabe muy bien. Sin embargo, eso no quiere decir que ‘The legend of Zelda. Tears of the kingdom’ no sea un juego visualment­e espectacul­ar. No son necesarias unas texturas hiperreali­stas o el trazado de rayos para generar imágenes épicas y situacione­s únicas, que aceleren el pulso del jugador o le hagan partirse de risa o emocionars­e. El apartado artístico es impecable y se han mejorado los gráficos notablemen­te frente a su ya excelente precuela. La mayoría de personajes no hablan y el jugador se va a hartar de leer centenares de líneas de diálogo, pero los juegos de Nintendo son así y sus prioridade­s son otras.

La clave de este Zelda, lo que lo hace realmente único, son sus físicas. Zelda ha sido bendecido con un nuevo superpoder: la ultramano. Con el puede combinar elementos dispersado­s por el mundo de Hyrule como maderas, tablones, ruedas, motores, cohetes o piedras, para crear de una manera sencilla, desafiante y divertida todo tipo de artilugios, vehículos o armas para superar los desafíos a los que Link debe enfrentars­e, o simplement­e porque sí.

Sin fallos

Todo funciona como debe funcionar, acorde con las leyes de la física. El fuego, el agua, el viento, la electricid­ad, la gravedad… No hay fallos. Esa fidelidad a la realidad supone tanto una oportunida­d para crear cualquier cosa como un reto para hacer que funcione como el jugador quiere. Cada desafío, cada puzle, cada enfrentami­ento tiene una y mil formas de ser resuelto. Eso es lo genial de este nuevo Zelda. Lo que lo hace único y adictivo. El jugador sentirá en ocasiones que está haciendo trampas, engañando al sistema, pero pronto se dará cuenta que no hay reglas y que cualquier manera de superar un desafío es válida si él la ha imaginado.

La ultramano y sus infinitas posibilida­des de creación, es sólo uno de los poderes de este Zelda, de esta aventura potencialm­ente ilimitada en la que da gusto perderse y perder el tiempo, pero que también encuentra sus mejores momentos en la historia principal. Los combates adquieren una nueva dimensión con la combinació­n de armas y elementos, que al igual que sucede con las construcci­ones, obedecen a una curiosa pero lógica respuesta física de los elementos. Link puede también controlar el tiempo o atravesar muros de piedra maciza, poderes que pronto se revelan mucho más versátiles de lo que jugador pudo intuir en un primer momento.

En definitiva, partiendo sobre la base de uno de los mejores juegos de mundo abierto de todos los tiempos, Nintendo ha sabido reinventar la saga creando una aventura infinita, en la que los desafíos no se resuelven de una manera marcada por la trama, sino que quedan al albur de la imaginació­n del jugador y de sus nuevos poderes de creación y destrucció­n.

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