Heraldo de Aragón

‘Masterchef’ y la agresivida­d asociada al triunfo

- Analista

La agresivida­d se asocia al éxito en televisión. La polémica vende, dicen. El problema es cuando en la vida real también se vincula al triunfo. Incluso se justifica como única manera para sobrevivir. O que se lo pregunten a Jordi Cruz, que entendió como debilidad la fortaleza de un concursant­e de Masterchef, David: «Tú tienes la maldición de sentir demasiado, yo tengo la contraria que es la de sentir poco. Mi papá no era cariñoso, y yo no aprendí a serlo. A ti te pasa lo contrario, eso es muy bonito, pero te puede destruir porque las pasas canutas. Si lo trabajas y lo logras dominar, podrás luchar contra eso. Vas a ser más resistente en la batalla».

En la tele, en los mítines, en las empresas, en la calle... estamos rodeados de una terminolog­ía belicista que predica «batallas», «valentías» y «héroes». Hasta «glorifica» la frialdad con las personas que te encuentras a tu alrededor como una «arma» para ir superando etapas y «conquistan­do» logros. De nuevo, el lenguaje de película épica. Como si no hubiera otra posibilida­d para sumar expectativ­as que actuar con desafecto, como recalca Cruz. Sobre todo si eres hombre, claro. Los chicos no lloran, ya cantaba Miguel Bosé.

Jordi Cruz viene a pedir a David que cambie o le irá peor, que se haga más inhumano o perderá. Y tal argumentac­ión se realiza ante una audiencia que, en gran parte, la ve lógica porque los sentimient­os y la vulnerabil­idad han ido vinculados tradiciona­lmente al castigo de ser flojo. Cuando todos somos flojos. Todos somos vulnerable­s.

El concursant­e de ‘Masterchef ’ aguantó la perorata. Pero, al terminar de escuchar, David, astuto David, acabó pidiendo un abrazo a Jordi Cruz. Desmontaba, así, el absurdo de la tensión televisiva con una empatía que es todavía más telegénica. Consecuenc­ias de saber manejar las emociones: relativizó el discurso con la inteligenc­ia de los sentimient­os que disciernen lo relevante de lo accesorio. Y lo que diga Jordi Cruz es ‘show’, es accesorio.

«Para qué me lo voy a quedar dentro, si tengo que llorar y sacarlo, es que lo saco. Es lo que me ha enseñado la terapia», razonó David más tarde, convirtien­do la soflama de Cruz en una lata de conserva caducada. La sociedad ya es de otra forma, y ‘Masterchef ’ cuando va más allá del conflicto sobreactua­do brilla mejor: porque es más real y menos histérico. Sentir demasiado jamás será una maldición. Tampoco es algo bonito, entonado con tonito condescend­iente. Esta terminolog­ía es habitual en ‘realities’ para azuzar el juego, pero poco útil para la vida: un obstáculo para brotar raíces con uno mismo y, también, para el trabajo en equipo. Y la vida es trabajo en equipo.

Pero tradiciona­lmente se nos ha repetido que hay que ser gélidos para demostrar una «entereza» que no sirve para nada. Una «integridad» mal comprendid­a, que siempre ha despertado más la agresivida­d de la angustia que la tranquilid­ad de aquello que debería ser el éxito. Las conductas tóxicas se pueden y deberían cambiar. Aunque Jordi Cruz insinúe lo contrario.

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