El eslogan nacional, el desencanto y las papeletas varadas
Un hombre maduro, de cabello claro, pasea una pancarta que dice: «España está arruinada»
En la plaza de España de Zaragoza un hombre maduro, de cabello claro, pasea una pancarta que dice: «España está arruinada». Y lo hace con sosiego, sabe que no pasa inadvertido y que muchos de los paseantes, entre sonrientes y perplejos, querrían saber cuál es su historia y qué piensa. ¿Qué le ha llevado a escribir ese lema y a qué ruina alude en realidad: económica, social, política, de ideales? Han sido muchos los fotógrafos que han captado su protesta. Es una de las incógnitas del fin de semana.
Y no menos lo es, o podría serlo, el desencanto de Juan José Millás, columnista, escritor y en cierto modo un visionario de la sociedad de su época. Él, solo o con Juan Luis Arsuaga, escruta los detalles esquinados de lo real y descubre como pocos sus paradojas. Pues bien, Millás confiesa que, en estas elecciones, se ha quedado al margen, que no le motivan ni las ideas ni las frases, y que percibe el fracaso de la campaña: nadie ha sido capaz de inclinar un poco la balanza con sus apuestas, sus diatribas o sus promesas de futuro. La incertidumbre también afecta al CIS. Para ellos, parece que el PSOE siempre gana en intención de voto, suceda lo que suceda. En otros lugares se dice que el PP asciende como un tiro. Estamos en ese tiempo acomodaticio donde hasta las baratijas oportunistas, que a lo mejor se agradecerían en otro momento (ahora se tornan inverosímiles), se convierten en soluciones de Estado. Aunque en eso Pedro Sánchez no tiene rival, esa tentación agónica también se da en comunidades y capitales famosas.
Seducir con el eslogan o el discurso no es nada fácil.
El buen parlamentarismo es, en estos momentos, una asignatura pendiente y se nota en las exposiciones públicas: en los mítines o en la oportunidad que suponen los debates en Aragón Televisión. De muchas voces y muchos ámbitos. En algunos se ve oficio (Lola Ranera, Fernando Rivarés, Dani Pérez); otros no pierden la calma y les acompaña una voz radiofónica y una demagogia calculada (Julio Calvo); otras se han confiado en exceso (Natalia Chueca, que no acertó a defenderse como alcaldesa en ciernes); otros presentaron candidaturas tocadas de entusiasmo y de candor (como Chuaquín Bernal y Elena Tomás). Antes de este debate de candidatos a la alcaldía de Zaragoza, que tiene el lastre del formato, nada fácil, también se celebró el de los candidatos a la presidencia del Gobierno. Dio la sensación de que no ganó nadie ni siquiera a los puntos. O si hubiera sido así, serían décimas que no dan para un destello de alegría o una reconsideración levísima de la papeleta.