Heraldo de Aragón

El caso Vinicius

- Encarna Samitier

La lucha contra los insultos (racistas y no racistas) en los campos de fútbol lleva un camino demasiado lento. En horario infantil, hordas de incívicos lo mismo han gritado en los estadios «una explosión de goma 2 y que le den por el c... a Aragón», «Lafita, muérete», «sois españoles y sois hijos de p...», que han vejado a los jugadores negros del equipo rival equiparánd­olos a los monos. Desde hace lustros, la comisión antiviolen­cia trabaja para erradicar estas conductas. Los clubes, que en muchas ocasiones eran tolerantes e incluso jaleaban a sus aficionado­s radicales, han dejado de mirar para otro lado.

En la temporada 20052006, el Real Zaragoza fue multado por los insultos racistas contra Eto’o, aunque en 2011 se dejaron sin sanción los cánticos de «Ea, ea, ea, Puerta se marea» en el Vicente Calderón, una burla macabra por la muerte súbita del futbolista sevillista. Pero las cosas han ido cambiando. El cierre del Mestalla, el estadio del Valencia donde se corearon gritos racistas contra el madridista Vinicius, significar­á segurament­e un cambio en la estadístic­a que dice que siete de las nueve denuncias por hechos similares han sido archivadas. El caso del jugador brasileño, conocido por su juego, por sus provocacio­nes y porque se ha plantado ante sus hostigador­es, ha suscitado atención internacio­nal y debe servir para que los protocolos se apliquen más severament­e.

Justamente porque España no es un país racista (lamentable­mente tiene una minoría ruidosa que sí lo es y que abochorna al resto) la respuesta ha sido contundent­e.

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