Descreídos e indecisos o las botas puestas de Custer
Shakespeare hallaría en Pedro Sánchez materia de auto sacramental y de drama
La campaña electoral es un buen signo democrático y a la vez no honra a casi nadie. A medida que avanzan los días crecen la desconsideración, la desmesura, los insultos y los llantos de lagarto ofendidito y ese menaje interminable de promesas. Todo viene ya por vía de apremio y el volumen de propuestas haría insuficiente cualquier presupuesto, como recordaban ayer en estas páginas Jorge Alonso y Nacho Muñoz. La campaña es un espejismo y una alucinación, que se agría cuando se llega al fin de fiesta: algunos salen escaldados, como le ha sucedido al PSOE, que se ha descosido más de lo que hubiera imaginado un novelista o el enemigo más acérrimo: en Melilla, en Mojácar, en La Gomera, en Sevilla y en Albudeite.
Pedro Sánchez, que empezó con energía y fuegos de artificio y se fue diluyendo, ha intentado contraatacar –eso se dice– en lugares que apenas conocíamos: Villalba del Alcor (Huelva), Carboneras (Almería), Moraleja de Sayago (Zamora) y Bigastro y Finestrat (Alicante).
Hasta Javier Lambán fue atacado, casi como nunca, desde Madrid por los aerogeneradores y los proyectos de Forestalia. En estos negocios, que se llevan a ras de suelo y desafiando la legalidad, escriben, pudiera ser que algunos enemigos también tengan intereses ‘nacionales’ que no acertamos a dilucidar. Y si a todo ello se suma ese dinosaurio ominoso que siempre está ahí –los nuevos demócratas sin demasiados escrúpulos ni matices de Bildu, cuya estela de sangre también mancha a los socialistas–, el equipo de Gobierno no ha tenido sus mejores días. Con todo, Pedro Sánchez, como el general
Custer, siempre muere o agoniza y resucita con las botas puestas y es el político de las 27 vidas. Shakespeare hallaría con él materia de auto sacramental y de drama.
La campaña adquirió esas palabras apocalípticas que tanto nos gustan cuando cuestionan al adversario: fango, barro, embarrar y otras lindezas expresivas más sutiles: «pentapartito de perdedores», ensayó Jorge Azcón, víctima a su pesar del partido. Pero también ha revelado muchas carencias: ausencia de liderazgos potentes (Feijóo debió ser grande alguna vez en un reino junto al mar; en las dos últimas semanas poco extraordinario que resaltar), desgastes más que obvios, cansancios, falta de ilusiones y de proyectos, ausencia de ideas, incoherencias y una tendencia impresionante al ruido, la mercadotecnia y la frivolidad. La verdad del elector, y también la tragedia, es que no sabe con qué carta quedarse. Bastantes ciudadanos se han vuelto más descreídos e indecisos, y ese es más que un síntoma general.