El último paso de Zapater
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En su adiós, el capitán del Zaragoza cubrió sobre el campo más kilómetros que nadie. 1-1 frente a un flojoTenerife Mollejo adelantó a los de Escribá en un error grueso del portero rival en el minuto 49 y Dauda igualó en el 87
ZARAGOZA. Fue el partido de Alberto Zapater. Más que un duelo puro de liga, se trató de un sentido y merecido homenaje al eterno capitán ejeano. Ahí estuvo lo nuclear. Fuera del juego en sí.
Dice el adagio del neofútbol que no hay nada más aburrido, habitualmente, que un partido de la Segunda División española. Y hay una variante con efectos aún más soporíferos y repelentes para el 95 por ciento de los pacientes (espectadores, entiéndase) que es que,
partido, no tenga nada en juego y se dispute porque la obligación de la competición requiere reglamentariamente que la liga se acabe en tiempo y forma. Esto es lo que se vio anoche en La Romareda en ese duelo insustancial de la jornada postrera de la liga 22-23 entre zaragocistas y chicharreros. Una pachanguita, un trámite a punta de billetes entre dos equipos que están de vacaciones oficiosas desde hace casi un mes, dejándose llevar como el más torpe de la pareja en un vals.
Y no cabe quejarse demasiado, porque el fútbol tenía en esta velada en Zaragoza ese aderezo sentimental, bonito, del adiós del capitán Zapater al equipo de su vida. Esto casi excusaba todo lo demás. En verdad, lo hacía. Qué más daba el partido. Alberto pidió a sus colegas en el corro del conjuro que pusieran intensidad, que se notara la casta. Pero a los neofutbolistas les cuesta entender determinadas claves, más vinculadas con el romanticismo y la esencia, asuntos cuasi perdidos en este sector del deporte rey. Más de la mitad de los 22 que había sobre el césped de La Romareda tenían su cabeza en el futuro que les aguarda, en otros lugares, en otros clubes, con otras camisetas. Y así es complicado.
Además, el cotejo con el horrible espectáculo del pasado fin de semana en Ibiza, con un Zaragoza plano y pasota en grado extremo en Can Misses, salió muy beneficiado esta vez porque, al menos, de vez en cuando, surgió alguna jugada digna del ¡ohhh! del público, tan conformado hace días con tan poca cosa. Azón, en el minuto 16, cabeceó un centro de Larrazabal y Soriano hizo una buena parada por alto para evitar el gol. En el 18, Bebé inventó un obús de su marca registrada, desde 35 metros, y el portero canario sacó a córner en una parada de categoría. La pachorra de los tinerfeñistas, de paseo por La Romareda desde el minuto 1, patrocinó este momento de inspiración zaragocista que tuvo una tercera llegada peligrosa en el 19, cuando Vada se metió por la línea de fondo y sorprendió con un disparo sin ángulo que Soriano sacó con el pie, en parada de balonmano, junto al palo porque iba dentro.
En el área zaragocista, Cristian Álvarez, capitán heredero, ni se manchó la ropa. Solo un córner cabeceado por Sergio González en el 42 llevó riesgo para el portal local, pero se marchó fuera por un metro. Antes, Zapater trató de despedirse de su templo con un gol. Remató de cabeza una falta lateral botada por Bebé en el 38 pero se le colocó muy alto el punto de mira. Lo que sí se llevará para siempre Alberto es una tarjeta amarilla en su último día en el estadio municipal, por una entrada a destiempo en medio campo. Cosa de las emociones de un partido singular para él y los suyos (suyos, que son muchos miles).
Se llegó al intermedio, sin tiempo de aumento, que no hacía falta, sin goles y sin jugadas rápidas, venenosas o intencionadas de verdad. Lo que ocurrió fueron ramalazos puntuales del Real Zaragoza, exigido por su gente, que llenó en gran medida los graderíos para mandar a archivar esta triste liga 22-23, la enésima del mismo tenor en la última década. Pero no fue una desembocadura natural de un plan de juego bien desarrollado. En esta noche de vips en el palco, los amigos de Zapater de casi 20 años de élite, la calidad estaba vestida de calle, con canas y calvas, a partir de la fila 20 del segundo anfiteatro. Ahí sí había quilates de fútbol a toneladas.
Los entrenadores, Escribá y Raese
mis (que también dijo adiós aquí a su tiempo en la isla), no cambiaron protagonistas en el descanso. Todo correcto. Y vuelta a empezar, a por los últimos 45 minutos de estos casi 10 meses de competición inacabable.
Gol de verbena, sin provecho
Cuando apenas se llevaban 4 minutos de la reanudación, el guardameta Soriano le regaló el 1-0 al Real Zaragoza en una de las acciones más grotesca del año que concluye. Iba a pasarle el balón a un central con el pie, telegrafió cuándo y dónde, y Mollejo, que le presionó, puso la pierna tensa para que la pelota le rebotase y se fuera a la red. Gol de charlotada. De partido de solteros contra casados. De esos que, de haber habido algo en juego o con afección a terceros, hubiera generado un río de polémica inevitable.
El partido se revolucionó ligeramente. El Tenerife quiso espabilar, por orgullo torero. Dauda tuvo un par de llegadas al área blanquilla con cierta intención, pero sin remate final. En el 55, en otro ataque zaragocista llevado por Nieto, su centro fue rematado al palo por Azón tras controlar en el área. Ahí se pudo acabar prematuramente el partido, pero el ariete aragonés no ha tenido un buen año, en general, lastrado por las lesiones, y tampoco un buen final de campaña, ya recuperado.
Con la afición efervescente, Bebé dijo ‘esta es la mía’ y escenificó un par de series de regates en caárea rrera, de engaños y recortes de matriz taurina a los defensores insulares que levantaron a muchos de los asientos. Es bueno el lisboeta. Y listo. Sabe cuándo toca ganarse a los del tendido 7.
En una de esas carreras zigzagueantes de Bebé, su centro al primer palo en el minuto 59 lo cazó con la testa Azón pero no pudo darle dirección adecuada y se le marchó fuera por un palmo. De nuevo el canterano erró el gol de la sentencia, por segunda vez en poco rato. Zapater se vino arriba varios metros, empezó a pisar el área. Buscaba un adiós redondo, con gol. Tuvo un par de opciones, sus compañeros lo buscaban en el área, pero los defensores tinerfeños no estaban por la labor, claro. Y no fue posible la guinda.
En los últimos 20 minutos la tensión competitiva tuvo una notable caída de watios. Hubo sustituciones, parones varios (Jair se fue lesionado). Y en esa dejadez última, el peor parado, como siempre en el último trienio, fue el Real Zaragoza. El rigor de las desdichas. Había tenido ocasiones para ir ganando 2-0 o 3-0 sin que a nadie le extrañase y, sin embargo, en el minuto 87 se le escapó el triunfo.
Un pase a las espaldas de los centrales, Lluís López que marcó a Dauda con la mirada, lo dejó ir, le permitió armar el disparo en el y, claro, el rival atinó con la escuadra del primer palo para marcar un golazo, el 1-1 definitivo. Una vez tiró el Tenerife a puerta y fue gol. Los defensas están para esto. Para evitarlo, se entiende.
Así que el final de la temporada, tras la emoción de la última sustitución, la de Zapater por Alarcón en el minuto 92 para su última ovación sobre el césped vestido de corto, llegó con un nuevo empate. Empacho de igualadas un año más, diecisiete. Síntoma siempre de cierta incapacidad e insolvencia para ganar, que es lo que cubica en esta división.
El Real Zaragoza se acostó anoche en el puesto 12º, lo más alto que podrá quedar. Pero faltan por jugar todos los demás. Y se puede ir al 18º lugar, en el peor de los casos. Depende de la mezcla de marcadores que se den. Lo mejor que se puede decir después de un nuevo tropiezo como locales es que este nuevo calvario se ha terminado. Empieza desde ya mismos una nueva etapa, ojalá que una nueva era. Adiós para siempre, liga 22-23. Otra para la colección del bostezo y del sentimiento impropio, fuera de sitio, de algo tan grande como el zaragocismo.
Lo acontecido al final del partido, lo nuclear del homenaje de la afición a Zapater, es un mensaje directo a la sala de mandos. El zaragocismo es algo sin igual, único. Y merece algo distinto.