El fruto de la lucidez: una poeta en prosa
Gozo
Azahara Alonso. Editorial Siruela. Madrid, 2023. 231 páginas
La foto de la cubierta del libro son dos melocotones.
El nombre científico es ‘Prunus Persica’, el melocotonero es el árbol frutal caducifolio originario de China. China ocupa en nuestro imaginario el lugar donde más se trabaja, la antípoda de lo que propone ‘Gozo’. Gozo es la llamada a pararse, a permitirse respirar de otra manera y ver la vida en clave personal. A saber que el trabajo puede llegar a ser alienante y no poder bajar de ese carro. O rueda. O dejar de girar sin saber que se pasa la vida.
Azahara Alonso es una asturiana que decide irse a una isla mediterránea que sin nombrarla nos la muestra. Lo que importa es lo que nos enseña. Con su pareja trazan un tiempo que algunos denominarían sabático, pero que ellos se dan para conocerse, aprender a respirar, a sentirse isleños sin caer en el aislamiento.
Hasta aquí lo presupuesto o lo superficial. Una vez dentro del libro, lo que ha llevado a que ya vayan sucediéndose las ediciones. Un alegato a mirarnos, a parar, a pasear con nuestra esencia y con la del prójimo para saber que no todo es lo que nos dictan y que tomar el ritmo de la propia es el camino a saber quién se es.
El privilegio o deber de no hacer nada para poder trabajar con toda la energía en lo que de verdad es la antítesis de la nada. Por ejemplo, este libro que es una fuente de energía, luz, mediterráneo, lengua insular casi imposible, cadencia e ironía hacia el forastero. Todo hace intuir lo que hay pero sin necesidad de ser hiriente, un aprendizaje vital de la autora que traslada lo que tantos desde el exterior del libro sabíamos pero no acabábamos de caer en la cuenta. No es una experiencia turística ni hedonista. Es una experiencia en primera persona honesta, aperturista –cuánta falta hace– de lo que puede llegar a captar el que deja de mirarse y escucha al prójimo, piense este lo que piense.
Porque la condición de forastera en la ínsula le otorga ese punto de vista mágico e irónico que solo ella puede experimentar. Y como licenciada en filosofía que es, nos muestra dónde tenemos la raíz y la esencia. En ese lugar al que el trabajo no llega. Porque el trabajo poco entiende de poesía y menos le apetece comprender. Por eso los ojos de Azahara son los de la poeta que sabe de qué va la vida cuando se tiene un poco de tacto, pulso, ritmo y respiración. Puede parecer obvio o un libro frutal, como su cubierta, pero si se es honesto con uno mismo, se puede descubrir lo que una isla conecta con la conciencia. La lengua de la isla nombra el gozo. El título de esta obra enseña por la ventana que toda isla es la posibilidad de repensarse a cualquier altura de la vida, en la latitud que se desee y con la longitud que el calendario lo permita. Como un melocotón en verano, con el hueso hecho semilla para que nazca otro melocotonero sin necesidad de trabajar todo el año para que crezca.
Ya se encarga la naturaleza de que lo haga. Gozar con ello es lo que regala este libro. Y con mucho menos trabajo del que se necesita para pelar un melocotón.
... una isla conecta con la conciencia. La lengua de la isla nombra el gozo