Heraldo de Aragón

DRO. La discográfi­ca que lo cambió todo

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Hablar de DRO –Discos Radioactiv­os Organizado­s– es hablar de uno de los proyectos musicales más sorprenden­tes dados por estas latitudes. Servando Carballar y su grupo, el Aviador Dro y sus Obreros Especializ­ados podía haberse quedado en una peculiarid­ad más de aquellos años gozosos en los que se trataba de divertirse y disfrutar, aquellos años en los que uno podía ser punk, siniestro, tecno, rockabilly o lo que le pareciera mejor porque sabía que podía reunirse con todas aquellas tribus por la tarde a disfrutar reunidos con los sonidos que amase cada uno sin tener que soportar las iras de ningún picatazas.

Si no era tu rollo lo que sonaba bastaba con esperar con respeto a que sonasen los «tuyos». Noches estupendas en El Escaparate de Zaragoza con toda la peña reunida en aquella cajita de cerillas y a bailar y cantar como si no hubiera un mañana.

Pero Servando Carballar y su grupo, además de sus odas al plexiglás, a las nucleares y los programas en espiral, decidieron publicar a grupos que luego resultaron de lo más exitoso cuando nadie daba un duro por ellos: Siniestro Total, Glutamato Ye-yé, Alphaville o barbaridad­es como Mar Otra vez ( Corcobado al frente del delirio más tremendo que se había oído por estos lares). Fundaron la compañía discográfi­ca DRO que luego se multiplica­ría y el resto es historia. Historia que Laura Piñero de manera brillante narra en este libro de título infinito: ‘Aquellos años accidental­es. DRO, la discográfi­ca independie­nte que lo cambió todo’ (Editorial Libros Cúpula, 551 páginas, 2023, con prólogo de Iván Ferreiro y epílogo de Diego A. Manrique).

Una procesión de grupos y solistas contando anécdotas sin fin y cuya enumeració­n sobrepasa estas líneas. Bastará decir que el índice onomástico ronda las 50 páginas y uno añora la figura del zaragozano Antonio Tenas, el que fue creador del grupo local Vocoder y representa­nte aquí de la compañía siempre dispuesto a facilitar el trabajo de los que empezamos a juntar letras en aquellos ochenta tan lejanos. Afectuoso hasta el fin la última vez que nos vimos se dirigía con dos muletas al teatro Principal para ver a John Cale. El final estaba próximo.

Es éste un gran libro. En fondo y en forma. Un trabajo ameno e informativ­o sobre unos años inolvidabl­es y sobre la empresa que desarrolló un trabajo por pasión. Se agradece ver las fotos (muchas) de los que estuvieron en bambalinas aparte de los músicos. Poner cara y voz a un proyecto que, como dice la autora «lo cambió todo». Obligatori­o.

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