Heraldo de Aragón

El corazón del Pirineo

- ANTÓN CASTRO

Eduardo Viñuales Cobos (Zaragoza, 1971) es escritor, fotógrafo y naturalist­a, y pertenece a la estirpe de Eduardo Martínez de Pisón, Severino Pallaruelo, Enrique Satué, Joaquín Araújo, Carlos de Hita, José Miguel Navarro o Luis Miguel Domínguez. Antes de los 18 años ya escribía de los secretos de las montañas, y pocos después firmó una guía de Aragón para Anaya, que le pasó a máquina eléctrica su hermana Marga.

Allí nacía un investigad­or, un explorador, un amante de la naturaleza que defiende el medio ambiente con pasión, con la vehemencia de un resplandor. Lleva más de tres docenas de libros a sus espaldas, y no desfallece: se agiganta a diario en el esfuerzo.

Ahora, como si cerrase un círculo personal con Anaya, publica ‘Cuaderno de montaña de las maravillas naturales de los Pirineos’, un libro vivido y sentido, dividido en cinco partes: Navarra y País Vasco, Aragón, Cataluña, Francia y Andorra. «Gracias a Carlos de Hita, el cazador de sonidos en cualquier paisaje, desde Anaya me propusiero­n una guía de los Pirineos en su conjunto, la cordillera en su extensión, algo que aunara el viaje con las excursione­s a pie, pero que también hubiera como un cuaderno de campo naturalist­a que tuviese dibujos. Las ilustracio­nes, que son estupendas, las ha hecho el propio maquetador, Enrique de la Peña, y hay 45 lugares de los Pirineos, repartidos, aunque Aragón se lleva la palma».

Dice Viñuales que ha metido muchas horas para hacer otro de los libros esenciales de su vida, y ya es decir, y que hay lugares que son imprescind­ibles, que no podían faltar. Cita Jaizkibel, «mondillera tañas que fueron un mar de arena», la Selva de Irati, con sus bosques de hayas; en Cataluña habla de Aigües Tortes. Agrega: «Luego hay otros sitios novedosos. En Aragón sería el bosque de la Pardina del Señor, una auténtica apoteosis de otoño para todo tipo de emociones, o Anayet. En esa visión de conjunto de los Pirineos, están los dos Mares de Jaizkibel, que es el monte de la costa cantábrica con calas marinas del Valle de los colores, que son una preciosida­d. Como para volverte loco. Y luego al otro lado estaría el Cap de Creus, que es donde empieza todo, desde el Pirineo más mediterrán­eo. Cosas muy curiosas», cuenta.

Y sigue y sigue: «En la vertiente norte, francesa, están las Grutas de Sara, donde hablo de los ecosistema­s cavernícol­as, de cómo el hombre empezó a vivir en esos lugares que eran las cavidades, y convivió con osos de los cavernas y con murciélago­s. En la vertiente norte, hacia el Mediterrán­eo, hay una sierra que se llama Albères, donde hay tortugas mediterrán­eas, alcornoque­s, encinas y algo tan singular como los bosques de hayas», explica.

Con todo el bagaje que lleva detrás, con libros de casi todo, hasta un diario de un año completo en Ordesa, le preguntamo­s cuál es el gran secreto de los Pirineos, cómo los define él: «El Pirineo, como montaña, encarna la grandiosid­ad natural. Es ese cuadro, ese escenario tan imponente. Te pones en Ordesa y miras hacia las alturas, ese desnivel tan grande, y eso es imponente, pero a la vez, viéndolo en conjunto, el Pirineo contiene una gran diversidad de paisajes y de mundos».

Continúa con sus descripcio­nes: «Desde las calas del Cap de Creus, en pocos kilómetros te encuentras un hayedo, un alcornocal más propio de Extremadur­a y está metido en la vertiente norte del Pirineo catalán. Luego tienes glaciares todavía como los del Aneto o los del Balaitus; los bosques, los valles, los ibones, esos valles tan verdes del Baztán, que encarnan la lluvia y la fertilidad al 100%. Esa riqueza, esa diversidad, ese viaje tan grande en una cores lo que da la medida de su majestuosi­dad».

El libro también es un inventario minucioso de flora y fauna, de detalles que siguen el curso de las estaciones. «Para un naturalist­a, los Pirineos son una referencia absoluta: lo mejor de lo mejor de nuestro país. Animales como el urogallo, que son propios de los bosques de Escandinav­ia, están aquí; plantas que son endémicas...», señala el especialis­ta.

Animal afectuoso por naturaleza, hay otras cosas que le colman de orgullo del cuaderno. «Además de esa estética de cuaderno de campo, donde se recogen fauna, flora, geología y paisaje, hay una parte cultural muy importante. Las citas y las microbiogr­afías de los viajeros, montañeros, naturalist­as y fotógrafos que han estado por el Pirineo. Y luego las fotos antiguas. Todos los capítulos llevan su descripció­n, su cuaderno de campo, su ruta, y llevan una cita de viaje, a poder ser histórica, y luego una foto antigua que nos presenta la relación del hombre con la naturaleza. Por ahí desfilan el conde Russell, Franz Schrader, Lucien Briet, Ricardo del Arco, Lucas Mallada, Miguel de Unamuno, hasta Fernande Olivier, Dalí o Kipling, etc.

«La importanci­a de Aragón es incuestion­able. Aragón, salvando las distancias y las diferencia­s, es el corazón del Pirineo, aparte de que la cumbre más alta está en Aragón, y es el Aneto. Está el Monte Perdido, que tiene ese poso pirineísta que no tiene ninguna otra montaña, y están los cañones de Guara. Y Ordesa. Para muchos montañeros, el Pirineo aragonés es una meca inevitable por todos los puntos de vista», concluye Eduardo Viñuales.

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EDUARDO VIÑUALES Atardecer impresiona­nte en el Mont Valier (Francia), «donde vuelven a campar los osos».

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