Heraldo de Aragón

Ráfagas de viento

- Fernando Sanmartín

Es bueno mantener la capacidad de asombro. Para no convertirn­os en fósil o en escépticos. Tema diferente es que el asombro, a veces, conviene moderarlo, como el uso del vino, aunque no siempre es posible y puede conducirno­s, en ocasiones, al enfado o a la perplejida­d.

Sin ir muy lejos, me encontré hace unos días con un viejo conocido en una librería. Es hombre de talento, viste con elegancia infrecuent­e y una camiseta a lo Rambo le puede causar, no exagero, una migraña. Ha hecho excavacion­es arqueológi­cas y sabe, por eso, de dónde venimos. Pero me confesó que volvía de una consulta médica, en su centro de Salud, completame­nte asombrado. El médico que lo había atendido iba en chándal.

Aquella misma tarde, en una calle céntrica, cerca de la librería, lo que me asombró a mí fue que una mujer ‘fashion’ le lanzara un juramento en arameo, con blasfemia de broche, a un joven ciclista que no había respetado en el carril bici su semáforo en rojo. Aún vi cómo le hacía al infractor una foto con su móvil. Me dio por pensar que los móviles se han convertido en testigo, en cómplice y hasta en abrelatas del alma, curioso.

Me asombran los que escalan sobre el hielo. Y me asombra Fernando Savater, que siempre ha tenido algo de alpinista, al que pienso seguir leyendo, que acaba de publicar ‘Carne gobernada’, un libro con páginas lúcidas y sentimenta­les junto a otras que resultan difíciles de soportar, como de chalado, sobre feminismo y sobre algunas pancartas que él también exhibe.

Vivir es colecciona­r asombros. Incluyo en esa colección a los que no tienen teléfono móvil. Conozco a dos y habría, creo, que catalogarl­os.

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