Cabeza, esfuerzo, salud y corazón
Sobre el tema de la educación, Manuel Vilas escribía en HERALDO, el 1 de febrero, para solicitar clases con número reducido de alumnos, profesores con espíritu joven y menos ‘funcionarismo’, y terminaba sugiriendo más excelencia a los docentes, añadiendo, con hipérbole, que se les debería pagar «como a ministros». Valoro de sus ideas aquellas en las que insiste en la perfección de una profesión que debe ser asumida desde la motivación. Como profesor y funcionario aún en activo con 42 años de docencia, tengo cierta experiencia para creer que en esto de instruir conocimientos escolares nadie debe arrogarse razones, porque es tarea complicada y siempre deberá estar acorde con la singularidad de cada profesor, a la que nunca debe traicionarse, a expensas de que los alumnos se rían o de ser un cenizo insoportable. Educar requiere cabeza, esfuerzo, salud y corazón. Primero diré ‘cabeza’ (inteligencia) para superar una oposición, que yo haría especialmente difícil (mejor sastre será quien mejor conozca la confección de los paños). ‘Esfuerzo’, porque una vez en el aula ya no sirve lo de la oposición sino el trabajo diario para que cada clase quede exquisita, nada de clases enlatadas, que valen para toda la eternidad, no, clases preparadas, recién hechas, como los buenos guisos, sin olvidar que siempre se debe avanzar en conocimientos. Digo ‘salud’ porque bajar al aula, con la heterogeneidad actual –ayer también la había, es cierto–, puede provocar alteraciones de ánimo y de sueño que deben cuidarse y a veces hasta medicarse, es lo que hay en las aulas. Y una vez que se aprecia que ni la inteligencia con la que ganada la oposición pensabas comerte el mundo del aula, ni con el esfuerzo de cada día, sacas adelante a veinte o treinta alumnos,