Heraldo de Aragón

Lituania, Estonia y Letonia

- Las naturales por Elena Moreno Scheredre

Al quitarme de la política nacional me ha dado por mirar a Europa, pero el panorama no es precisamen­te más relajante. A casi todos los políticos se les ve el plumero, pero el caso de Putin es distinto. Podría ser un hombre corriente, uno de esos seres invisibles, que no es demasiado alto, ni tampoco bajo, ni calvo del todo, ni rubio enterament­e. Y si no le miras a los ojos –o mejor dicho, si él no te mira– podría ser el fontanero, el que lee los contadores de la luz o el taxista que nos lleva al aeropuerto…

Estos días, escondidas entre las noticias internacio­nales, recojo las migajas de lo que sucede en esas fronteras pantanosas que limitan con Rusia. El Gobierno ruso ha publicado una orden de detención contra la primera ministra de Estonia, además de acusar al ministro de Cultura de Lituania y al viceminist­ro de Activos del Estado polaco, amén de un considerab­le número de políticos de estos países, por atentar contra la memoria histórica rusa. Vivir en los países bálticos debe de ser como estar permanente­mente oliendo el aliento del líder ruso, pues incluso después de conseguir su independen­cia no pueden ni retirar de sus calles monumentos soviéticos o símbolos rusos sin que al otro lado suenen los tambores.

Para iniciar una guerra solo hace falta una frontera y un pretexto. La de Ucrania comenzó por una supuesta profanació­n de la cinta de San Jorge, un símbolo militar del viejo imperio ruso que el Kremlin ha reconverti­do en un emblema de su victoria sobre la Alemania nazi. Y ahora Putin acusa a los vecinos que ayudan a Ucrania de lo mismo. De momento, silencio, pero si su amigo Trump se une a la fiesta, este verano nos ahorraremo­s los fuegos artificial­es.

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