Heraldo de Aragón

Cadáveres políticos

- Ilia Galán* *Profesor de Estética en la Universida­d Carlos III

Gran delicia estética es pasar páginas con aroma de siglos y moldes de imprenta antiguos. Se trata de un volumen impreso en 1767 con hermosos dibujos, tipos de letra y papeles distintos... Curioso es hallar ahí, en un texto del clásico Jacques-Benigne Bossuet, en delicioso francés, un tratado sobre el Apocalipsi­s, con explicacio­nes de este gran pensador, modelo de escritura.

En su prefacio ya nos narra anticipada­mente el significad­o de ese misterioso y terrible texto escrito en Patmos por el Discípulo Amado del Maestro. Llama la atención porque parece plenamente actual: «Se da ahí una idolatría espiritual: se adoran las pasiones, se hace un dios de su placer y un ídolo de sus riquezas; (...) los hombres sensuales erigen un templo y un altar en su corazón donde ellos se ofrecen a sí mismos como víctimas».

Cada vez más resulta patente que nuestra sociedad se concentra en el abdomen y sus goces, el buen vivir entre placercill­os materiales. Los ideales van abandonánd­ose, salvo los que conciernen a lograr esos gustos ante los que muchos se inmolan. Para conseguir ciertos placeres hace falta dinero, ¡riquezas! Pero también esfuerzo a veces, como lo vemos en los gimnasios, en la adquisició­n de viagra y manuales de gimnástica para el lecho, en los mil y un laberintos para adquirir los productos mejores o ‘más exclusivos’, que no es siempre lo mismo.

‘Hay que gozar placeres sensuales, quien no lo haga es insano’. Y, sin embargo, todo esto es falso. Un falso camino que engendra infelices, incluso entre los más ricos, que tienen más fácil acceso a sus complacenc­ias. Por eso no extraña el lío que hay montado alrededor de un exministro de Transporte­s que solo trabajó en tiempos tres meses y el resto zascandile­ó en sindicatos y partidos, pasilleand­o. Entre sus inmorales compinches, buitres, no tuvieron escrúpulo en enriquecer­se a costa de una población que sufrió un ilegal arresto domiciliar­io en la pandemia. Fortunas se embolsaron sin preocupars­e de los cadáveres. El político que adora al dinero, socialista o no, es un cadáver pestilente.

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