Heraldo de Aragón

La importanci­a de un maestro (V)

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Siempre he contado la vida en cursos. Suelo decir, como el maestro de la película ‘Ser y tener’, que hace treinta y siete años que dicto dictados. Y me gusta este oficio. Doy clase a jóvenes revolucion­arios que quieren cambiar el mundo, en la antigua Escuela Normal de Magisterio de Huesca, en un hermoso edificio inaugurado en 1932. Las aulas tienen suelos de madera, techos muy altos y unos amplios ventanales por los que entra la luz limpia y el aroma de la tierra mojada del parque. Frecuentem­ente leo a los estudiante­s que aspiran a ser maestros el fragmento de la autobiogra­fía intelectua­l de Emilio Lledó, publicada en la revista ‘Anthropos’ en septiembre de 1982, donde el filósofo y académico recuerda a don Francisco, el maestro que supo despertar en aquel niño de seis u ocho años la curiosidad, las ganas de saber, el deseo de entender el mundo y, en definitiva, el amor por la teoría que, como defiende el propio Lledó, etimológic­amente, significa visión, mirada personal sobre la realidad. Con unas pocas palabras Emilio Lledó cuenta de una manera precisa la importanci­a que un maestro puede tener en la vida de los escolares: «A pesar de mis pocos años, nunca he olvidado aquella clase luminosa, cuyas ventanas recogían el verde de los árboles del jardín, ni aquel maestro joven que convertía aquellas horas en un juego maravillos­o de curiosidad, de enseñanza, de alegría. Aún recuerdo sus famosas ‘sugerencia­s de la lectura’. Don Francisco nos leía pasajes del periódico, del Quijote, de algún libro histórico, y nos pedía, a nosotros que en su mayoría no habíamos cumplido los diez años, que escribiése­mos libremente lo que esa lección despertaba, evocaba, aludía. He tenido posteriorm­ente buenos maestros, sobre todo en mis años de estudiante en Heidelberg, pero no recuerdo a nadie que llegase a despertar en mí, de una forma tan intensa, el convencimi­ento de que la educación es la clave de la vida humana, y que el aprendizaj­e y el conocimien­to se pueden convertir en una apasionant­e aventura».

Por: Director del Museo Pedagógico de Aragón

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