Heraldo de Aragón

Púber Zaragoza

- *Periodista

Al Real Zaragoza le pasa lo que a mí con dieciséis años; es decir, un misterio, un no saber, un miedo, complejos, a veces un creérselo por demás. Y ahí la duda de si el principal problema del equipo no es tanto una cuestión de crecimient­o como de pubertad.

En Segunda los años pasan como la vida, y de infante inconscien­te, si pasan las temporadas sin subir, se llega a la edad del pavo y entran las dudas existencia­les: «¿Será este mi lugar?».

La afición se empeña en negarlo (ya se sabe, un Club con estos títulos, un histórico de Primera…), pero la evidencia arrastra más que los piropos de papá y mamá, que incluso pueden meter más presión al niño. Se le cambia de colegio, nuevos amigos, actividade­s extraescol­ares… pero, ¿qué hacemos cuando el problema es el papel que, de forma inherente, hemos de jugar en este mundo?

La desesperac­ión de La Romareda, amnésica ya de aquellas primeras cinco jornadas-espejismo, del AVE a Primera al Tamagotchi a Teruel, tiene debilidad por responder a las arenas movedizas con las glorias del pasado. Víctor Fernández, Milito… ¿Acaso no han visto ‘Hermano Mayor’?

Lidiar con las dudas preadolesc­entes tiene más psicología que táctica, por mucho que Pedro García Aguado presumiera de tener la clave técnica en un programa del que se disfrutaba en el más absoluto desastre. Es por eso que en toda esta presión sobrevenid­a es mejor salvar a aquellas figuras y su legado, pues habrá un día que volveremos a la élite y convendría que para entonces alguna de ellas quedara intacta para poder celebrar y atar al equipo a un pasado que entonces será más útil que ahora.

La idea romántica de que una esencia del pasado puede impregnar de gloria el presente es hermosa sobre el papel, pero carece de las suficiente­s evidencias como para estar seguros. Si tuviéramos esta certeza, las alineacion­es o la planificac­ión deportiva se podrían hacer a través de una güija.

De momento, mejor vivir en nuestro presente, el Zaragoza como estado mental, puberal, respondien­do al miedo y al tiempo: el once inicial son once años en Segunda.

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