Heraldo de Aragón

Caza menor

- César Pérez Gracia

Cualquier aficionado a la pintura de Goya conoce San Antonio de la Florida, una de sus cimas como pintor de medias naranjas. En el Pilar tenemos su cima primeriza, cuya Maja de la Fe es el mejor cartel de Zaragoza, un cartel inédito, por cierto. Acabo de leer una crónica sobre un restaurant­e de la Ribera del Manzanares donde sirven zorzales, un manjar de caza menor. El pintor Lucientes fue gran cazador toda su vida. Siempre me ha extrañado que Cervantes dibuje a Don Quijote como «gran madrugador y amigo de la caza» y luego, si te he visto no me acuerdo. Mi amigo Pablo Fernández, de Ariza, fue cazador durante medio siglo. Tenía vista de lince, y tanta bondad como astucia, si es posible conciliar ambas cosas. En su casa comieron liebres y perdices hasta salirles por las orejas. Pues bien, volviendo al cazador Lucientes, uno de sus mejores bodegones retrata unas becadas o chochas, hoy en el Museo de Dallas, Texas. En una carta de 1784 a su amigo Zapater, le cuenta que hay chochas a espuertas, no dice si por Barajas o por Nuevo Baztán. Por Jaca y Oroel todavía son el caviar de los cazadores. Tiempo de tordas, tiempo de chochas. Los cazadores dividen el año en liebres, perdices, conejos y codornices. A veces se contentan con gamusinos.

Siguiendo el curso del Manzanares, río abajo, desde San Antonio de la Florida, se llega a la altura de Las Vistillas y San Francisco el Grande, donde Lucientes tuvo su famosa Quinta del Sordo, que como tantas cosas desapareci­ó del mapa. Creo recordar que todavía en ‘La busca’ de Baroja los golfos y pícaros patrullan o rondan por la Quinta del Sordo. Allí estaban las famosas Pinturas Negras. No recuerdo ninguna escena de caza en la Quinta del Manzanares. Zapater y Lucientes cazaban en su mocedad zaragozana por Cogullada y Perdiguera. No sabemos quién les cocinaba ese manjar de dioses, las becadas o chochas, cuyo pico parece de cigüeña. Quizá en la Posada de las Almas o en el precursor de Casa Lac. Tiempo de tordas, tiempo de chochas, repite una y otra vez en sus cazurras cartas campechana­s, cuando no tenía tiempo de salir de caza y se contentaba con la pólvora aguachirle de sus febriles pinceles, fusilando a diestro y siniestro, es un decir, duquesas, obispos y embajadore­s jacobinos. Caza menor.

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