Heraldo de Aragón

Este año tampoco

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Amanecía una nueva temporada. A mediados de agosto escribí ‘Este año sí’, un artículo del que, si fuera prudente, debería avergonzar­me y desear que nadie lo recuerde. Al contrario, lo recupero hoy como un ritual de autoinmola­ción.

Aseguraba con sólo una jornada disputada que el Real Zaragoza había fichado pronto y bien, que contábamos con una plantilla equilibrad­a y motivada, que por fin no era un sinsentido prever el ascenso a Primera División, el retorno a donde siempre debimos permanecer.

Me surgen justificac­iones: en los dos primeros entrenador­es no hemos acertado, mala suerte con las lesiones de nuestro capitán (Cristian), de los fichajes más prestigios­os del verano (Bakis) y del invierno (Guti). Pero tras tanta humillació­n y desesperac­ión prolongada un año más, se me derrumban los argumentos.

Al repescar ese artículo veraniego, debo pedir perdón, aunque no lo merezco. Mi única excusa posible es el zaragocism­o que nació en mi primer partido en La Romareda (6-0 al Granada, 2-31969) y creció luego en la mítica grada de Infantil, que tantos de mi generación recordamos con pasión y añoranza.

Mi cariño por este club obtuvo la máxima recompensa al ser elegido para un cargo de su estructura. Disfruté de vivir en los vestuarios, en el autobús o el chárter en los viajes, en las desapareci­das oficinas, el día a día del club, en una etapa en que contábamos con uno de los mejores equipos de nuestra gloriosa historia. Como la conozco bien, quien ha celebrado 6 Copas del Rey y 2 títulos europeos es lógico que no pueda asumir derrotas como las recientes en la Romareda contra Cartagena y Amorebieta, clubs contra los que ni siquiera teníamos que habernos enfrentado en una liga jamás.

¿Puedo alegar enamoramie­nto por el Real Zaragoza como eximente o atenuante ante la ofuscación y el criterio confundido? La realidad, un año más, insiste y persiste: el ascenso queda lejísimos, ubicados más cerca del descenso que del play-off. Me he equivocado. Este año, tampoco. Aunque me temo que, y con Víctor más todavía, el próximo volveré a ilusionarm­e.

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