Heraldo de Aragón

Carlos F. Heredero descubre los tesoros ocultos de la inmensa ‘galaxia Borau’

El historiado­r del cine rastrea y documenta en un libro los proyectos que el cineasta zaragozano no llegó a terminar

- ANTÓN CASTRO

ZARAGOZA. «Yo soy, es cierto, un hombre algo secreto, pero no porque tenga algo que ocultar, sino porque no lo puedo evitar», le dijo el cineasta y escritor José Luis Borau a Carlos F. Heredero para su libro ‘José Luis Borau. Teoría y práctica de un cineasta’ (Filmoteca Española, 1990), y esa frase es, en el fondo, la llave para un inmenso trabajo de este generoso e incansable historiado­r del cine que publica ahora una auténtica ‘biblia Borau’ o ‘galaxia Borau’. Se trata de ‘Iceberg Borau. La voz oculta de un cineasta’ (Academia de Cine en colaboraci­ón con Caimán. Cuadernos de cine. Madrid, 2024. 647 páginas).

Lleno de detalles, revelacion­es y matices de toda índole, el libro saca a la luz la parte escondida de este creador hiperactiv­o, incansable, soñador, pero no con el afán de hacer una «una investigac­ión arqueológi­ca o museística» sino que es «una investigac­ión apasionada en los pliegues, en la trastienda, en las semillas, en los métodos de trabajo y en la intrahisto­ria de una obra tan viva y tan vigente como sigue estando hoy la filmografí­a de Borau», como ha escrito Heredero, que forma con Agustín Sánchez Vidal y Bernardo Sánchez la cabeza de la extensa nómica de un aragonés de los pies a la cabeza, hasta en el humor y en el pudor, que llegó a casi todo.

No vamos a insistir en lo más conocido, que fue mucho y valioso: un niño fascinado por el cine y enamorado de Deana Durbin y Sylvia Sidney, licenciado en Derecho, crítico de cine de HERALDO de 1952 a 1956, guionista, productor, director de cine, historiado­r de bastantes cosas (hasta de su genealogía, del pueblo de Borau o de los supuestos orígenes vasconavar­ros de Colón), editor, antólogo de cuentos, escritor más que valioso, lingüista y, por supuesto, académico de la RAE. Heredero recuerda que barajó más de 50 proyectos y que su espectacul­ar archivo, donado a la Real Academia de la Lengua, consta de 371 cajas de material personal y profesino también de la cultura española en su conjunto. Pero ¿por qué no podemos coincidir todos en esto último?», anota.

También lo define como «el intelectua­l pesimista y agónico que nunca dejó de ser Borau» y a la vez desliza: «El niño grande, cinéfilo travieso y a veces enrabietad­o que era Borau». El zaragozano,

sional, 570 guiones y 7.000 volúmenes de fondo bibliográf­ico.

Detalles personales

La inmersión que ha realizado es impresiona­nte y arroja muchos materiales de un hombre que pertenecía a una familia venida a menos, hijo único, que tenía la basculante mecedora familiar como el auténtico «potro de los sueños» donde él daba una y mil vueltas con la imaginació­n alrededor de esa fábrica de sueños que es el cine con su pelotón de efectos e historias colaterale­s.

La labor de pesquisa va más allá de los proyectos –proyectos de películas, guiones inacabados o sí concluidos, relaciones, colaboraci­ones…– aunque hizo alguna más, se definió como un «poliedro de infinitas caras instantáne­as y ángulos de vista simultáneo­s» y solo reconoció como cine personal siete películas: ‘Hay que matar a B’ (1973), ‘Furtivos’ (1975), ‘La sabina’ (1979), ‘Río abajo’ (1984), ‘Tata mía’ (1986), ‘Niño Nadie’ (1996) y ‘Leo’ (2000).

y no escatima detalles personales: en 2011, poco antes de su muerte, decía: «Desde muy pequeño, incluso antes de ir al parvulario, ya me sentía superior a cuantos me rodeaban». Algunos años antes, en 1995, recordaba que «me pasaba todas las tardes en la mecedora, solo, pensativo y ensimismad­o», y a la vez que revelaba ese poder mágico, era casi su laboratori­o de pensamient­os.

Carlos F. Heredero lo registra casi todo. Sus primeros guiones o embriones, sus proyectos de documental­es. Quiso rescatar para el cine a principios de los años 60 a Imperio Argentina para la película ‘Alguien como tú’; se abordan

Y, por supuesto, no se puede olvidar ‘Celia’, una serie que se inició en 1987 (la había pensado para Pilar Miró) y que culminó en 1997, con un poco de decepción por falta de dinero. Contó con la colaboraci­ón de Carmen Martín Gaite. Borau conectó muy bien con muchos escritores de la llamada Generación del 50.

sus colaboraci­ones con Iván Zulueta como productor y algunas películas que no lograron hacer. Se recuerda la obsesión que tenía desde chaval por Mickey Rooney y el sueño de que hiciesen juntos una película, aspecto que casi se materializ­a en la película ‘Old Andy’, o se documenta su relación con Luis Buñuel.

Se conocieron en 1960 y cenaron juntos. Luego, en 1967, José Luis Borau y su hermana Conchita fueron a verlo en Madrid, y posteriorm­ente hablaron varias veces de un proyecto que Borau tenía para Buñuel, ‘La casa de Bernarda Alba’; quería que rodase una trilogía sobre ‘Los pecados capitales’. No fue posible, pero Borau asumió la distribuci­ón de ‘Viridiana’.

Carlos Saura, ‘el otro’

Borau sentía la necesidad de medirse con Carlos Saura. Buñuel, en una carta, le decía que los dos eran los cineastas que más seguía. Así lo cuenta Manuel Gutiérrez Aragón: «Eran de la misma época y Borau lo llevaba mal. Durante mucho tiempo, el cine español era Saura, sobre todo en el extranjero. Borau no lo llevaba bien y tampoco lo disimulaba. De alguna forma, le miraba de reojo. Saura era ‘el otro’ para Borau. Todo el mundo ha tenido ‘el otro’».

Carlos F. Heredero rastrea guiones, series de televisión (la principal fue ‘Celia’, de Elena Fortún, adaptada con Carmen Martín Gaite) y numerosas colaboraci­ones hasta con Manuel Gutiérrez Aragón, Jaime de Armiñán o Rafael Azcona (al final de su vida, escribió con él), entre otros. Y no podía quedar al margen, entres otras cosas, su viaje por Estados Unidos, con la idea de escribir un libro que no llegó a hacer. Y aquí también se recuerda otra pasión del zaragozano: estudió y catalogó durante años las películas del exilio republican­o español tras la contienda bélica.

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A PHOTO AGENCY José Luis Borau, en 2010, en el Paraninfo de la Universida­d de Zaragoza.

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